El continuo festín del Chivo en Latinoamérica


Freddy Zárate

El escritor Mario Vargas Llosa en su novela La fiesta del Chivo (2000), retrata la cruel dictadura del “jefe” o “benefactor” Rafael Leónidas Trujillo (1891-1961). La mano dura del dictador de la República Dominicana está descrita por ser una de las tiranías más sangrientas de América Latina; a la vez esta dictadura tuvo ciertas particularidades folklóricas, curiosas y pintorescas de este personaje apodado el Chivo. La novela de Vargas Llosa es un reflejo –desde la literatura– del ejercicio poder en latinoamericana a mediados del siglo XX.

La actual coyuntura política refleja la herencia del autoritarismo disfrazada con el barniz democrático: elecciones, partidos políticos, voto. Los candidatos antes de encaramarse en el poder prometen al electorado –en el campo institucional– cumplir la Constitución Política del Estado, respetar la separación de poderes, y obviamente, son enemigos acérrimos de toda dictadura. Pero todo este esmalte democrático se va despintando poco a poco cuando el candidato –una vez electo– empieza por fascinarse por el poder ante una débil institución estatal.

En esta última década, los partidos políticos de tendencia izquierdista, indigenista, con directrices populistas son el vivo retrato de la vigencia del Chivo en el poder. El caso de los presidentes Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, el extinto Hugo Chávez y el sucesor Nicolás Maduro en Venezuela, llegaron a la presidencia cumpliendo los procedimientos democráticos. La ola izquierdista provocó un avivamiento nacionalista en el siglo XXI, realizaron distintas reformas sociales, constitucionales y pusieron en la palestra la internacional la reivindicación indígena (en el caso boliviano, fórmula predicada con toda intensidad por el Movimiento Nacionalista Revolucionario en 1952).

Estos gobiernos de tinte rojo tuvieron un tortuoso camino entre la teoría y la práctica en la esfera política. Los discursos de igualdad, el postulado “vivir bien”, el dicho “mandar obedeciendo”, caen bien a los oídos de la población. Pero lo principal para estos gobiernos fue acaparar todo el andamiaje estatal. La separación de poderes o división de poderes se quedó simplemente en el discurso legalista porque en la práctica los poderes se alinearon a la visión del jefe. Por ejemplo, el Poder Legislativo del Estado Plurinacional –mediante su rodillo parlamentario– aprueba toda norma legislativa sin previo debate ideológico alguno; la reducida oposición queda resumida a simples quejidos que se diluyen en la mayoría oficialista. En el campo jurídico, el Poder Judicial continúa en una crisis profunda donde los operadores de justicia perdieron toda credibilidad en la opinión pública.

Lo paradójico para el gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS) está en una pugna por acatar la Constitución del Estado Plurinacional frente a los intereses subjetivos (sector cocalero, empresarial, movimientos sociales). Por supuesto, lo segundo tiene una validez fáctica frente a la frágil institucionalidad boliviana. El debate estéril sobre la reforma constitucional para habilitar “legalmente” a una contienda electoral al jefe del MAS se reduce a una mera instrumentalización del Derecho para fines específicos concernientes al sector cocalero. Por supuesto los “abogados del proceso de cambio” se olvidaron que la normativa constitucional es el límite al poder político en un Estado de Derecho. Los países débiles en sus instituciones estatales sólo les queda ver el continuo festín del Chivo con ribetes izquierdistas.