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lunes, 2 de julio de 2012

ilustrativo contar con descripción de la personalidad de nuestros poetas y autores como Manfredo Kempff de cuyo perfil se ocupa Enrique Fernández García


El día en que un intelectual se abstenga de pronunciar críticas feroces, causadas por los despropósitos del hombre, contravendrá su propia esencia. La naturaleza le demanda plantear sus objeciones sin ninguna clase de suavidades diplomáticas.
Si su autoridad se origina en las letras, tiene que usar la pluma para embestir al enemigo. Uno espera que, cuando censura las perversiones, esa voz carezca de dulzura, que no le tema a la incorrección política.

No necesitamos que su palabra nos sosiegue; precisamos, quizá con demasiada urgencia, ser incitados a cometer insubordinaciones. La tibieza es un mal que no conviene admitir como tolerable.


Lógicamente, esto no significa que se limite solo a expeler injurias, maldecir y amenazar con vapuleos al gobernante; sus acciones deben ser equilibradas.
Por suerte, hay todavía escritores que no edulcoran sus ataques a la idiotez de las autoridades. Ellos son los que ayudan a percibir, con plena nitidez, las barbaridades de quienes no trabajan sino para desgraciarnos la existencia. Encontrar a esos especímenes resulta grato, pues permite constatar que no todos fueron doblegados por el régimen.
Valoro las meditaciones académicas que buscan explicar nuestra realidad. Mas, para que la persuasión sea totalmente segura, ese combatiente ilustrado debe ‘estallar’. Por cierto, son numerosos los autores que asumieron esta labor y, con excelencia, pudieron contribuir a su realización. Bolivia nos ha ofrecido variados exponentes; desde Alcides Arguedas Díaz, fustigador cual ninguno, los literatos de batalla no han faltado, menos aún en épocas signadas por las injusticias.


Sin duda, en los últimos años, las protestas de Manfredo Kempff Suárez han sido primordiales para vilipendiar al oficialismo. Sus incendiarios juicios -que no pierden ese respeto al idioma, por el cual tiene la condición de académico- reflejan aquella indignación despertada desde Palacio Quemado.


Es verdad que, excepto cuando cumplió funciones públicas, los cuestionamientos de Kempff al ejercicio del poder fueron frecuentes; sin embargo, el MAS lo irrita como nadie.
Esta es una consecuencia razonable porque responde a convicciones que lo acompañan durante toda la vida. En efecto, si uno analiza las composiciones que elabora, nota fácilmente su orientación ideológica. Él lo ha declarado en varias oportunidades: es un hombre de la derecha, una postura que muy pocos se atreven a reconocer como propia. Pregonar tal posición revela listeza e intrepidez.


Nadie puede negar las virtudes narrativas de Manfredo. Desde Luna de locos, cuya publicación fue alabada en distintos países, hasta Los violadores del sueño, la novela que presentó hace poco, sus aptitudes son evidenciadas sin dificultad.


Jorge Edwards elogió las destrezas literarias del autor, y ello no consiente refutaciones. Pero, en esta ocasión, me decanto por acentuar su faceta de ensayista.
Sucede que su estilo, regularmente inscrito en la tradición del panfleto, además de servir para infamar a los politicastros, posibilita desarrollar ideas, esgrimiendo alegaciones mediante las cuales el acercamiento a lo verdadero es dable. En esos textos, divulgados desde hace algunas décadas, uno halla fervor, pero también la lógica y lucidez requeridas para convencer al semejante de confrontar al déspota. Estas cualidades hacen que su presencia sea inexcusable.

(*) Escritor, político y abogado, caidodeltiempo@hotmail.com