Vistas de página en total

lunes, 25 de julio de 2011

aprovechando su presencia en la llajta OPINION entrevistó a Mariano Baptista Gumucio meritorio cochabambino de vena literaria vigorosa y fecunda. la crónica nos pinta su obra y figura.

Mariano Baptista Gumucio es escritor, historiador, periodista y estuvo ligado a la política. Ganó premios internacionales por su aporte a la literatura boliviana y participó en varios eventos culturales. Es, sin lugar a duda, un orgullo cochabambino.

Baptista Gumucio nació el año 1933 en Cercado Cochabamba, recuerda que  “lo trajo al mundo una comadrona por Bs 50”. Sus padres son Mariano Baptista Guzmán y Mercedes Gumucio Reyes, tiene cuatro hijos y varias proyecciones por delante.

Es conocido por su aporte a la literatura boliviana pero muy pocos saben que le encanta comer una ensalada con variedad de verduras, el choclo con quesillo y el surubí. Su lugar favorito para ir de paseo es Toro Toro de Potosí aunque disfruta las visitas que realiza a las provincias y municipios del país.

Actualmente reside en la ciudad de La Paz y desde allí escribe algunos de sus ensayos y planifica varias de sus próximas publicaciones. 

Con gran orgullo Mariano Baptista se considera el mayor “antologador” de Bolivia ya que recuperó papeles y libros que se habrían perdido sin su intervención.

Baptista se considera un recopilador de la historia y la cultura de Bolivia por ello, entre sus trabajos más importantes está la colección de libros dedicada a cada departamento donde intenta “levantar la autoestima de los bolivianos”.

En esta colección de libros logró publicar de cinco departamentos: La Paz, Pando, Oruro, Sucre y Potosí. Aún le falta de Beni, Cochabamba, Santa Cruz y Tarija.

El conocimiento que tiene de los departamentos le ha llevado en no creer en el regionalismo.

“Yo no creo que una región sea superior a otra. Me siento boliviano en cualquier lugar”, dijo Baptista.
POLÍTICA Fue Ministro de Educación y Cultura en las gestiones 1969-1970, 1979 y 1989-1991. También fue Embajador en los Estados Unidos y Cónsul General en Santiago de Chile.

Por su experiencia como ministro y al ver el cambio de la educación con la Reforma Educativa a la Ley Avelino Siñani y Elizardo Pérez, Gumucio considera que la educación es un proceso lento que debe ser mejorado por la nueva norma.

Baptista afirma que las autoridades de turno están muy poco interesadas en la literatura y que la juventud le dedica más tiempo a las nuevas tecnologías, por ello, el reto para los escritores bolivianos es que la literatura debe ser más amena y gráfica.

“El reto es ocuparse del país con objetividad y verdad. Es un tiempo difícil pero no es imposible”, señaló Baptista.

65 publicaciones en 78 años de vida

Mariano Baptista Gumucio comenzó a escribir desde la edad escolar. Su primera obra fue a los 18 años y hasta la fecha tiene 65 publicaciones.

Entre sus publicaciones está: Revolución Universidad en Bolivia, La Guerra Final, Cazadores de Esfinges, Los días que vendrán, Páginas para la revolución, Itinerario inconcluso, Pido la paz y la palabra, De las guerrillas a la escalada nuclear, La cultura que heredamos, Pasajero en la aeronave tierra, Este país tan sólo una agonía, Latinoamericanos y latinoamericanas, El Vicepresidente de la República, Si Bolívar volviera, El secreto para cambiar Bolivia y otros.
PREMIOS Entre las condecoraciones y premios que ganó están: la Orden del Sol (Perú), de Andrés Bello (Venezuela) y San Carlos (Colombia). Condecoración Medalla “Palhevi” por la Unesco por el programa de alfabetización de Bolivia en 1967, premio “Franz Tamayo” por el ensayo Otra historia de Bolivia 1977.

Premio de Educación “Andrés Bello” por la Organización de Estados Americanos en 1990. Premio “Illimani de Oro”: Por el programa de televisión  “Voces en Libertad, 2002”; premio “Marriott Internacional” por el programa de televisión “Identidad y Magia de Bolivia” el 2003.

Condecoración con “Bandera de oro”, del Senado Nacional en 2006.

También publicó literatura sobre la historia de Bolivia.

lunes, 4 de julio de 2011

Haold Olmos nos refiere en "La Noche del Poeta" un encuentro con Pedro Shimose que explayó sus recuerdos de la Riberalta adorada de la mano de su padre un japonés integrado con el Beni.

Lo vi pasar dando trancos por la Plazuela del Estudiante de Santa Cruz hace poco más de una semana rumbo a la Biblioteca Municipal. Saco de lana acorde con el frío que padecía la ciudad, iba presuroso quizá a completar su búsqueda para lo que escucharíamos de él cerca de un centenar de privilegiados que el lunes pasado nos reunimos en el salón Pedro y Rosa de EL DEBER a escucharlo contar historias. Nos habló sobre su infancia en Riberalta, los primeros años de su juventud y sobre la figura delicada y sabia de su padre, un hombre de naturaleza tranquila que había emigrado años antes de Japón en busca de tierras más acogedoras. El de entonces era un Japón que distaba mucho del de hoy, y su gente, temerosa de las guerras y necesitada de tierra, emigraba. Y por supuesto, para oír retazos de algunos de sus poemas sobre los que levantó el pedestal en el que se encumbra.
Pedro Shimose nos contó cómo su padre lo tomaba de la mano y caminaban juntos hasta el barranco que le ponía freno al impetuoso río Beni y que, al juntarse con el Madre de Dios, les permitía contemplar la agonía deslumbrante del sol rojo que desaparecía sobre la confluencia de los dos ríos, de los mayores de Bolivia y de la cuenca amazónica. O cómo le enseñó a mirar una rosa y admirar los crisantemos, la flor de Japón.
De nuestros años comunes de colegio, cuando los amigos lo visitábamos en su casa, recuerdo que conservaba un busto de su padre que él mismo, ya por sus 18 o 20 años, había esculpido. Evocar su niñez y juventud fue trasladar a quienes lo escuchábamos hasta los años que todos hubiéramos querido que se quedaran quietos y no se movieran más. Y a mostrarnos una Riberalta cuando era “apenas un pueblito de 5.000 habitantes” con los mismos paisajes y personajes seguramente parecidos a los que inspiraron el Macondo de García Márquez.
Shimose nos leyó poemas, incluso algunos suyos. Fue causante de suspiros de nostalgia al recordar cómo en el colegio de ese lugar lejano de nuestra geografía se aprendía a recitar a Neruda y cómo se conocía aquel poema En paz del mexicano Amado Nervo y su glorioso cántico final: “Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!”. Nos habló del peruano César Vallejo y hasta de un anecdótico encuentro con el cubano Nicolás Guillén, que en uno de sus poemas menciona los ríos Pilcomayo y Mamoré como si los hubiera navegado y conocido sus recodos cuando, en verdad, no era así, pues los mencionaba solo por el gusto musical que sentía al pronunciar sus nombres.
Nos habló de poetas benianos como Ambrosio García, todavía insuficientemente reconocido. Y, sobre todo, nos reveló su pasión por un rincón especial del colegio Pedro Krámer: la biblioteca, con una colección de libros que de alguna manera había hecho llegar la Fundación Patiño y cuya llave le había confiado el director del colegio, el profesor don Jorge Rioja. Tal vez por los años y por efecto de manos depredadoras, de la biblioteca no se ha vuelto a saber.
Para todos los que estuvimos allí, comenzando por el patriarca de la familia Rivero, don Pedro, fue una de las veladas más emotivas en mucho tiempo. Por eso abordé el tema en esta columna, que se ha ocupado mucho de otros temas, especialmente políticos y económicos, y que ahora quiso darse una escapada por el mundo de las añoranzas que Shimose nos hizo revivir.

* Periodista, http://haroldolmos.wordpress.com

sábado, 2 de julio de 2011

siempre que puede Pedro Shimose se acerca a Santa Cruz, visita sitios y personas amigas. Adhemar Suárez Salas lo encuentra en El Deber, conversan. retrato de sus cavilaciones

Está sentado. Una luz espléndida, casi mediterránea, baña el salón Pedro y Rosa del Diario Mayor EL DEBER. Con serena quietud, Pedro Shimose rompe la gélida noche evocando momentos sublimes de su iniciación como vate y escritor. Recupera instancias y, en varios casos, personajes que ya no están, voces que fueron la firme expresión de un ideal exigente y utópico.
Alude al escritor Hernando García Vespa, que nos describe el paisaje embriagador que nos prodiga una ‘puesta del sol’ allá en Riberalta.
Durante la presentación de su biografía poética, ante un auditorio intimista y confidencial, este carismático personaje mezcla su seriedad con una fina ironía, sin dejar de rebatir un solo concepto con el cual no concuerde. Ya en liza, brinda una imagen ligeramente angustiada que no termina de disiparse a medida que habla. De a ratos, se tiene la figura de un doble personaje; por un lado, aquel que puede y logra reírse de todo y, por otro, el ser racional y adusto que seduce a sus invitados con argumentos irrefutables sobre los poetas y los poemas que le inyectaron la potencia de su numen creador.
Se detiene, con una pausa respetuosa, cuando subraya la impronta que le legaron sus progenitores: “Mi padre me enseñó a amar la naturaleza. Mi madre, a cultivar la poesía en su máximo esplendor, porque ella misma me recitaba unos versos tan bellos como el jardín riberalteño, pletórico de rosas y crisantemos”. Así descubrió el secreto del mar, meditando sobre una gota de rocío.
El conferencista hizo un recorrido por los poemas que le marcaron desde sus inicios como lector. Dio lectura a fragmentos de dichos poemas que le cantan al amor, a la naturaleza y a la vida. Y también a la soledad y al silencio. Hizo lo que pregonó el poeta sevillano, Antonio Machado: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
Aunque su última entrega consistente en su monumental antología de la poesía del oriente boliviano alumbra los cielos de la literatura, apenas fue aludida por su autor, cimentando aquello que “por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser un buen hombre”. Y Pedro Shimose lo es, a raudales.
Gracias por habernos prodigado una hora de su tiempo dorado, de su amistad y su pasión encendida.
* Abogado