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miércoles, 29 de julio de 2015

Claudio Ferrufino vive "en su exilio estadounidense" escribe sin parar. produce una obra tras otra, como ésta "Un libro de peso" a cuatro manos con un español MADRID COCHABAMBA, no son crónicas dice el coautor, anque sí lo son, se refieren a 20 temas diferentes de ambas ciudades y pronto estará en la librerías. la obra es esperada con ansias.

¿Autopropaganda al ser yo uno de los autores? Nada de eso. Sucede que he recibido en mi refugio norteamericano los primeros ejemplares del libro (Editorial 3600, La Paz, con prólogo de Miguel Sánchez-Ostiz, contratapa de Willy Camacho y cubierta de Demian Ortiz) y me ha gustado. Ha pasado un año desde que a instancias de Pablo Cerezal (autor español de Los cuadernos del Hafa, obra de culto) iniciamos la aventura. Dos escritores acompañándose, no confrontados, hablando de sus ciudades, Madrid y Cochabamba, en una perspectiva brumosa que hermana a cualquier urbe. Tal vez por eso, Pablo lo subtituló Cartografía del desastre, porque su interior aviva ruinas, que ni impávidas ni silenciosas están o son, sino dinámicas, agonizantes, paridoras, plenas de emoción que no aplaca la valeriana de las viejas brujas.
Preguntan si son crónicas. Respondo que literatura; no que una desplace a la otra, pero carecen del meollo que las harían texto periodístico, sin disminuir tampoco su existencia en un ámbito más personal e íntimo, con las libertades artísticas y de estética (trabajo) que la literatura permite. Sin embargo, son crónicas urbanas, algo rurales también en el caso boliviano, donde ni el 52, ni la modernidad y peor la todavía presencia de generaciones que vivieron el salto, mantienen el rostro nacional como una simbiosis campo-ciudad, muy enraizado el campo en la idiosincrasia boliviana, fuera incluso de las diferencias sociales y hasta raciales.
Estas páginas abordan temas comunes: música, cine, muerte, amor, putas, libros, vicios y aficiones; Vallecas, barrio madrileño y Cala Cala, cochabambino, comparten esas minucias sobresaltadas del ser humano. El entorno las decora, agría o endulza, pero a la larga un cuerpo es lo que es, y un llanto lo mismo, sin importar el lugar ni cómo se llamaba ella (la escribimos dos hombres). Así como todo se olvida, igual se recuerda.
Un punto de apoyo entre ambos estilos, naturalezas, pasaporte y visión, un pivote, viene a ser que los protagonistas, casi casi autobiografía, salen de una clase media trabajadora que se mece entre dos mundos esperpénticos, el de arriba y el de abajo, el cielo y el infierno. En este medio, aunque los anarquistas de la Fracción del Ejército Rojo Alemán afirmarían que en medio no hay nada, es más sencillo manejarse e incursionar en lo otro, en cualquier dirección, y retornar cabizbajos al abrigo del café con leche, del pan con mermelada. Luego de las batallas, siempre las cortinas de la madre se mecen con suavidad de arrullo. De ahí hasta la próxima, en esa guerrilla insomne que es crecer y experimentar.
No confundamos, no es un texto “coming of age” para nada. No hay maestros que regañan ni morales que abofetean. Refugio, sí, el ya nombrado, pero fuera de eso la guerra, con consonancia terribles a veces y gratificantes otras. No es libro de niños bien ni cagaleches; Dostoievski, Nietzsche, Lou Reed, Rimbaud y Henry Miller desquiciados. El marqués, Sade, deambula escapado de Charenton para asociarse en la bruma. No letra con sangre; letra de sangre y esperma.
Desperté a las 4 de la mañana. Hasta las 8 había ya releído las trescientas once páginas. Este libro no es nuestro, ya se escapó. Por eso no puede creerse propaganda; sus autores ya no están, murieron, y, si viven, caminarán por nuevas Troyas de humo y alarido.
Queda acomodar el libro en el estante. Sobrecogedor, cómo explicarlo, una conjunción galáctica, un terremoto. Un tornado, mejor, de esos que pasan y dejan nada, solo memoria.

viernes, 24 de julio de 2015

Horacio vivía a pocas cuadras de mi vivienda Ingavi, esquina Bustillos y su voz se hizo popular en la radio potosina. pronto cambió a La Paz y según lo destaca Pedro Shimose ayudó en la fundación de PRESENCIA, el gran diario católico hoy desaparecido. Horacio cubría noticias del Palacio y el Dr. Paz le llegó a tener aprecio, compartían el hobby de la fotografía y se saludaban con gran cordialidad.

Ha muerto un gran periodista, un testigo de la historia boliviana de los últimos 65 años, un amigo potosino nacido en Sucre. Y no es broma; decidió ser potosino porque le dio la real gana y porque sostenía que en esa Villa Imperial, él había ‘nacido’ como ser humano. Allí transcurrieron su infancia y adolescencia. Horacio Alcázar (Sucre, 10.10.1930 – Santa Cruz de la Sierra, 15.07.2015) ha muerto a los 85 años, consciente de haber vivido una época interesante: guerras, revoluciones sociales, guerrillas, Concilio Vaticano II, hazañas aeroespaciales, el fin del colonialismo, la constitución de la Unión Europea, la desintegración de la URSS, la transición de China comunista al capitalismo, las innovaciones tecnológicas, cibernéticas, informáticas y todo lo que vino después y nos cambió la vida. 

Horacio dominó los secretos del periodismo radiofónico, escrito, fotográfico y digital. Contribuyó a fundar diarios (Presencia, en La Paz, y El Mundo, en Santa Cruz) y fundó empresas comerciales (Fotopress, Publipress). Perseguido por la dictadura banzerista, vivió exiliado en Buenos Aires. Amnistiado, volvió a la patria, pero su vida estaba rota. Aceptó su destino con resignación cristiana y reconstruyó su existencia con dignidad y fortaleza. Era un periodista de pura cepa: creativo, culto y entusiasta. Sus grandes virtudes fueron la modestia, la mesura y la discreción. Como jefe, pasaba inadvertido. ¡Jamás abusó ni hizo ostentación de su autoridad! ¡Jamás elevó el tono de voz! ¡Jamás censuró en público a sus subalternos! Cuando nos equivocábamos al escribir una crónica o al titular una noticia o cuando “pisábamos el palito”, al fiarnos de una fuente falsa, Horacio nos tiraba de las orejas mediante notas pinchadas en el tablero de redacción, en una sección titulada La picota del escarnio. En aquel ambiente y una vez cerrada la edición –pasada la medianoche– realizábamos sesiones de autocrítica, entre tragos, chismes y guitarreadas que, a veces, terminaban como el rosario de la aurora. Sin embargo, a las 10 de la mañana, Horacio estaba al pie del cañón: leído nuestro propio diario, examinados los periódicos de la competencia y dispuesto a planificar la nueva jornada. 

Cuando murió abatido por el cáncer, el cielo cruceño estaba encapotado, hacía frío y el surazo arrastraba el lamento de quienes le amaban y respetaban. Ahora que su cuerpo ha descendido al fondo de la tierra, solo cabe rezar una oración en su memoria y recordarlo como un periodista valiente cuando se trataba de defender sus ideales democráticos, siempre unidos a los combates por la libertad. // Madrid, 24.07.2015.

jueves, 16 de julio de 2015

poema que leyó Mariano Baptista en el zepelio de Luis Ramiro Beltrán (Moro Mayor) escrito por Alfonso Gumucio (Moro Menor) como un homenaje al hombre generoso, comprometido, apasionado, alegre y contagioso.

Aire para una tarde de sol

En este mundo pocos respiran.

El aire es con frecuencia violeta
demasiado mezquino y enrarecido.
No lo queremos compartir.
Peleamos por parcelas de aire.
Matamos por parcelas de miedo.

Hacemos como que vivimos,
pero en realidad estamos vegetando a medias
habitantes desorientados
en una construcción de engaños.
Respirar no es solamente inhalar
y expulsar el aire,
sino renovarlo y purificarlo para todos
es un servicio público.



Es lo que hacía a Luis Ramiro especial:
su manera de respirar era ética.
En otras palabras: inspiraba cuando respiraba.

Era un hombre generoso
y comprometido y apasionado y alegre
y contagioso.

Luis Ramiro era peligrosamente contagioso
por su integridad y su aire quijotesco.
Este país sería mejor
con unos cuantos contagiados.

Quiso enseñarnos a ser buenos.
No solamente buenos investigadores,
buenos científicos sociales,
buenos comunicadores y buenos ciudadanos,
sobre todo buenas personas,
dotadas de nobleza, solidaridad y compromiso.

Al Moro mayor del Moro menor,
su discípulo y su amigo.

Moro Gumucio 

sábado, 4 de julio de 2015

de fino sentido del humor, Carlos Antonio Carrasco quién fuera condiscípulo de Vargas Llosa en el La Salle de Cochabamba, se ocupa del nuevo amor del arequipeño y realista y amigable augura al gran escritor una nueva novela de amor.

Lo recuerdo nítidamente, sopando su canuto en el tintero y dibujando en el cuaderno, con sumo cuidado, las palabras que el hermano Lucio pintaba en la pizarra. Prestaba suma atención a la dicción española del fraile, sin poder ocultar sus prominentes incisivos que emanaban de su pequeña boca. Era el único peruano en la clase, y sin que ello sea un complejo se diría que se mostraba, más bien, taciturno, introvertido.
Al año siguiente ya no apareció para continuar el quinto curso de primaria en el Colegio de La Salle de Cochabamba. Empezaba 1946, cuando, durante ese invierno, el populacho paceño colgó de un farol al presidente Gualberto Villarroel. Con contactos esporádicos, seguí su fulgurante carrera literaria, leí una veintena de novelas suyas, comenté algunas de ellas, respondió unas líneas nostálgicas a mi felicitación por el Premio Nobel y a través de la prensa monitoree sus multifacéticas actividades.

Si la reinvención de sí mismo como principal actor de su comedia Los cuentos de la peste fue episodio singular en aquel teatro madrileño, Mario sigue sorprendiéndonos en su quehacer público y por el perfil de su vida privada. Pocos se casan con sus primas hermanas; y menos, muchos menos, con sus tías. Hombre de coraje y tenaz aplomo, últimamente ha confirmado la separación e inminente divorcio de Patricia, con quien había festejado hacía pocos días sus bodas de oro matrimoniales. La causa primordial para ese desfase se llama Isabel Preysler, bella exmodelo filipina de 64 años (que aparenta 63) casada primero con el cantante Julio Iglesias, luego con un marqués hispano, para después quedar viuda hace nueve meses del antiguo ministro de Hacienda español Miguel Boyer.
La noticia sobre este affaire afirma que estando ahora libres los dos, resolvieron fortificar la amistad que los unía desde hace 20 años. Naturalmente ese tórrido romance no es entendido por comentaristas envidiosos de la chance que tiene el novelista peruano al implantar una cálida primavera en el otoño de su vida. Se le critica por dejar a su mujer con la que estuvo casado 50 años, pero si la hubiese abandonado a los 50 días, la admonición hubiese sido mayor. Mario, como canta Julio (su predecesor de alcoba), “por querer ser siempre el primero… se olvidó de vivir”. Escribió en detalle la aventura de sus personajes, imaginando llegar a ser tal vez alguno de ellos, para romper la monotonía de un hogar ordenado, aburrido. Pero lamentablemente la vida “se vive solo un momento”, y a su edad, tanto para nobeles como para núbiles, cada día es valioso y el reloj de la existencia, en cruel cuenta regresiva, se acelera indefectiblemente.
Sería deplorable desperdicio que ese literato de portentosa inventiva se resigne a calzar pantuflas y a jugar con sus nietos, en lugar de dar rienda suelta a su papilla gustativa para saborear la vida con su favorita. Además, ambos son marqueses, amantes de la farándula, ricos, famosos y con buena salud. Ya sea en las residencias que Mario posee en Madrid, en Londres, en París o en Nueva York, será una pareja de celebridades altamente apreciable y halagadoramente frecuentable. Erudito en los misterios de la educación sentimental, Isabel será la musa, algo ajada, de su nueva novela, en la que, entrelazados, cocinarán una bella historia de amor para deleite de sus lectores y envidia de sus detractores.