El escritor peruano detalló en los cursos de la Complutense en El Escorial los lazos que lo unieron al autor de «Cien años de soledad»
De izquierda a derecha, García Márquez, Jorge Edwards, Vargas Llosa, José Donoso y Ricardo Muñoz Suay, junto a Carmen Balcells (1974) - ABC
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Con un aguacero que podía asumirse como un homenaje al clima tropical de la Colombia que vio nacer a Gabriel García Márquez repicando en las ventanas, Mario Vargas Llosa protagonizó en San Lorenzo del Escorial una ponencia en la que desgranó la obra y la personalidad del difunto «Gabo», de quien se distanció tras un enfrentamiento en el año 1976. Con el medio centenario de su obra más reconocida, «Cien años de soledad», el Nobel peruano habló de su homólogo a la manera en que Tolstoi lo hubiese hecho de Dostoievski, o Wolf de Joyce.
«Él no era un intelectual, funcionaba más como un artista o un poeta. No estaba en condiciones de explicar intelectualmente su enorme talento para escribir, lo cual quiere decir que funcionaba a base de intuiciones, instintos, pálpitos. No pasaba tanto por lo conceptual. Esa disposición extraña que tenía para acertar tanto con los adjetivos, los adverbios y, sobre todo, la trama narrativa. Uno se da cuenta de una complejidad intelectual extraordinaria cuando lo estudia, pero también de que él no era consciente de las cosas mágicas que hacía», dispuso Vargas Llosa ante un aula hasta la bandera para atender lo que fue la ponencia que clausuraba la semana de homenajes a García Márquez en el marco de los cursos de verano que la Universidad Complutense organiza en El Escorial.
«Me deslumbró "Cien años de soledad". Me pareció una novela magnífica, extraordinaria. Escribí inmediatamente un artículo en el que decía que por fin América Latina había tenido su novela de caballerías donde lo imaginario prevalecía sin que el sustrato real desapareciera. Creo que esta impresión mía fue compartida por un público muy grande. Entre otras características, tenía la de ser un libro lleno de atractivos para un lector refinado, culto y exigente, o para uno absolutamente elemental, que solo sigue la anécdota y que no se interesa en la lengua ni en la estructura de una historia», desgranó el escritor peruano.
Su devoción por la prosa de «Gabo» lo llevó a estudiarlo y a enseñarlo. Primero lo hizo en Puerto Rico, después en Inglaterra y, por último, en Barcelona. Ello provocó que Vargas Llosa tuviera que racionalizar la obra de su amigo para después poder explicarla a unos estudiantes que también eran devotos de la saga Buendía. El trabajo terminó resultando en un libro que se alimentó de cientos de notas y materiales que había utilizado para elaborar su tesis doctoral: «La historia de un deicidio» (Barral Editores).
De la lectura que García Márquez hizo del ensayo surgió un reguero de anotaciones al margen que su autor nunca vería. «Los datos biográficos me los dio él, y yo lo creí. Pero recuerdo que en un viaje a Europa en barco yo paré en un puerto donde estaba toda su familia. Estuve conversando con ellos y el padre me dijo, "oíga, ¿usted por qué le quitó edad a 'Gabito'?" Se lo dije a "Gabo" y se puso muy incómodo, así que cambié de tema», expuso el conferenciante.

Génesis de una amistad

Durante la estancia de Vargas Llosa en Francia, trabajó en un programa de televisión que tenía una sección en la que comentaban libros que podían generar interés en América Latina. Fue antes del 67 cuando una obra titulada «Pas de lettre pour le colonel» («El coronel no tiene quien le escriba»). Fue el primer contacto entre el peruano y García Márquez. «Me gustó su realismo estricto, esa descripción tan precisa del viejo coronel que sigue inasequible al desaliento enviando cartas para reclamar una jubilación que nunca llegará», detalló.
Tras aquello llegaron los primeros intercambios de cartas, suficientes para hacerse amigos sin haberse visto las caras. De ahí surgió un proyecto a cuatro manos que nunca llegaría a puerto: escribir una novela sobre la guerra entre Perú y Colombia en el Amazonas. Si germinaría en libro una entrevista pública que Vargas Llosa le hizo en Lima, en lo que fue toda una excepción a las costumbres del fallecido, «reacio y uraño» cuando se trataba de exponerse ante las masas con un micrófono frente a los labios. Lo hizo con una edición pirata: se publicó sin que el artífice de la misma informase a los dos protagonistas. «García Márquez nunca se lo perdonó», recordó con cariño el autor de «La ciudad y los perros».
Las similitudes que ligan los caminos de ambos literatos no son escasas: ambos fueron criados por sus abuelos maternos, tuvieron una relación conflictiva con su padre, estuvieron internos en colegios y empezaron a trabajar como periodistas desde muy jóvenes. Pese a todo, Vargas Llosa puntualiza: «Las lecturas fueron la similitud más importante. Éramos admiradores de Faulkner. Hablábamos mucho de la impresión que nos causaba, como nos había educado, nos había puesto en contacto con la técnica moderna: sin respetar la cronología, cambiando puntos de vista...», explicó, antes de exponer ciertas diferencias formativas. «A él le había influido mucho Wolf, a mí Sartre, al que él ni había leído. Él había leído sobre todo literatura anglosajona», cerró.
Gabriel García Márquez perdura como un escritor afín a la corriente socialista, pero quien lo conoció durante los años calientes de la revolución cubana puede exponer como se gestó la conciencia política del autor de «Crónica de una muerte anunciada». «Él había pasado por un proceso de desencanto con la revolución. Trabajó en Cuba para Prensa Latina, vinculada a los Castro, pero el Partido Comunista acabó purgándolo. Él guardó con enorme discreción este asunto. Cuando lo conocí yo era muy entusiasta con la revolución, y él no. Tenía una posición como diciendo, "muchachito, ya verás, ya verás"», contó Vargas Llosa. Su postura cambiaría tras la declaración de Padilla posterior a su detención. Entonces «Gabo» comenzó a mostrar una postura mucho más cercana a los Castro, con una motivación clara a los ojos de quien ayer habló. «Creo que García Márquez tenía un sentido muy práctico de la vida, que descubrió en ese momento fronterizo que para un escritor era mucho mejor estar con Cuba que contra Cuba. Se libró del baño de mugre que nos llevamos los que estábamos en contra. Es la izquierda la que tiene el control sobre la vida cultural en todas las partes del mundo», sintetizó.
Aunque no hayan quedado pruebas certeras que definan su ideología, sí que es posible saber que García Márquez quería para su América Latina «cosas sensatas» como «desarrollo» o «socialismo» –aunque Vargas Llosa precisa que su idea del mismo era «muy suigéneris»–. «América Latina no es lo que se ve en su obra. En la fealdad de América Latina él podía ver belleza porque su prosa lo podía», explicó el de Perú.

Escalar hacia la democracia

Hablar de su tierra hizo que Vargas Llosa redirigiera el final de su discurso hacia la situación que hoy vive América del Sur. En ese sentido, se refirió a la importancia de que hoy vivamos en una sociedad que permite escalar rápidamente a los países en vías de desarrollo. Rechazó seguir caminos como los que tomaron Rusia, China, Cuba o, especialmente, Venezuela, y dio preferencia a posibles gobiernos corruptos que dictatoriales. Los objetivos que él ve prioritarios, cristalinos: erradicar la violencia, hacer crecer las clases medias y reducir la pobreza, todo ello con un destino común: la democracia.
«El desarrollo de América Latina solo es bello en su literatura. Son sociedades injustas, con mayorías aglutinando privilegios y minorías marginadas y sin oportunidades, que junto con la violencia conjugan el subdesarrollo. Con eso se puede hacer gran literatura, porque esta se alimenta mucho más de la mugre que de la belleza», dijo Vargas Llosa. «Cada país tiene la literatura que se merece. Si tenemos una pobre, menos imaginativa, tendremos que conformarnos y leer a los africanos, que tendrán una literatura rica como la de García Márquez» concluyó.