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lunes, 20 de agosto de 2012

cuánto sentimiento, cuánta sensibilidad poética en la glosa que Gastón escribe para Jorge Calvimonte nacido potosino de exhuberante pluma que revive en parte el quéchua con ese "tucjuysonkoy munacuyta"

Poeta de noble edad, pleno de experiencia existencial, artista en el manejo de conjugar vocablos musicales y significado de profunda espiritualidad. Recién toca mi vibración personal y su blanca testa de Cyrano, me impacta, hiere mi piel y penetra en la interioridad del sentimiento.

Escucho su voz anciana en la entrevista de altura sorprendiéndome, cómo degusta pausadamente las evocaciones de antaño; lo observo mirando acucioso los cuadros de belleza plástica trabajados por la artista Carmen Villarroel, inmediatamente acude a sus raíces andinas y en su quichua natal recita versos íntimos; en lenguaje coloquial confiesa: “Cuando veo los cuadros de Carmen, oigo, escucho, siento y es tan íntima la comunicación que me dicen: Yachachiway Khoriquenty /Enséñame Oh Picaflor; Thikcajsta chonkharicuyta / A libar de las flores; Nokhataj yachachiskhayqui / que yo te enseñaré; Tucuysonkoy munacuyta / a querer con todo el corazón”. Y continúa… “Desde el color del aire traen en sus cuadrigas ligeras, los aromas, los sonidos, las imágenes y el viento. Una fuerte estructura que viaja al sol del día o se muere entre las sombras de las lágrimas dormidas. Aquí no cabe el tiempo de los negros agujeros. Ni la esquina del abismo porque el agua ha concebido la instantánea concepción arrebatada, de un ciclón de alares leves, concepción arrebatada del licor que no se bebe y que en cambio se lo aspira como azul. Esta caprichosa matriz le da al pincel la presencia repetida de un ayer que no fue y que en cambio sigue siendo. Esta tarde blasona el universo de la luz, para presentar el esplendoroso regalo de nuestros sentimientos a la compatriota Carmen Villarroel, que trae su preciosa carga de acuarelas como derrama serena y diáfana e su  creación artística”. Así describe el mensaje de belleza que su alma traduce en poesía. Es un delicado ser, asido de ternura, vierte su arrobamiento del alma en expresivas endechas.

Más tarde escucho su voz de gladiador añejo en combate, repito sus versos cargados de enojo y también siento el cuchillo en las entrañas. Aquel mandoble que enmudeció el corazón de un asistente en 1967, durante el Primer Congreso Nacional de Poetas de Bolivia, cuando el bardo denunció en “La Fogata de San Juan”,  la masacre de mineros en Llallagua Siglo XX. 

Ahora recito su poema con quebrada voz y vivo sentimiento de furia compartida, y como él, violento, invado la atmósfera del recinto. Súbitamente, la sangre del corazón se detiene en sus entrañas. “Te lo juro hermano mío yo solo vine a cantar…pero en junio se ha encendido la fogata de San Juan con la vida de los niños que… ¡Silencio! ¡Silencio niño, no te vayan a quemar! ¡Cómo han brillado esa noche tus galones Capitán! Sigan matando mineros soldados sepultureros del funeral nacional. ¡Cómo han brillado esa noche tus galones General!”  

Por asociación, recuerdo a Gonzalo Vásquez, el hermano poeta, con su trabajo eterno: “Mi País”, en el que describe angustiosamente a Nuestra Bolivia en sus pesares. A Mario Lara López, en su salmo a la guerrilla de Ñancahuazú, soñando una patria liberada. Es la poesía cierta y comprometida con la humanidad y la esperanza, sufre y se angustia, pero también va creando mensajes de futuro, posibilidad de sublimación en música excelsa, lampos de brillo estelar que iluminarán el alba de la verdadera convivencia fraternal, aquella que se pergeña en la mente del Creador, la Nación Humana Universal.