Vistas de página en total

domingo, 4 de noviembre de 2012

podríamos haber publicado en Historia o en Política, lo hacemos en Literatura uno de los 3 tópicos que abarca Carlos Mesa en su última entrega.


Si hacemos una revisión del imaginario colectivo boliviano, veremos que el debate sobre la esencia misma de nuestra nacionalidad había sido propuesta en clave de mestizaje por casi todos nuestros grandes creadores e intelectuales.
El gran maestro de nuestra literatura-historia colonial, Bartolomé de Arzáns Orsúa y Vela, reflejó esa curiosa percepción americana del mundo frente a una realidad que había dejado definitivamente de ser un espejo de la metrópoli  para convertirse en una sociedad con una personalidad nueva y propia. Nació de un parto doloroso y traumático que dejaría en los hijos del gran Potosí una marca imperecedera que definió el contradictorio y a veces frustrante destino del ser nacional boliviano. Arzáns, está ya enajenado del occidente cristiano tal como se veía desde el horizonte severo del Escorial de Felipe II, como también de la nostalgia de un imperio que había sacrificado los pilares de su fuerza a la temeridad de los conquistadores. A partir de la Historia de la Villa Imperial descubrimos una nueva lógica teñida de occidente y de amerindia que definió el carácter de Charcas.
El segundo escalón es la propuesta de Nataniel Aguirre y su impresionante Juan de la Rosa. Los ojos del adolescente que mira la construcción de la patria. La patria como una entelequia en la que cabe el heroísmo, y en la que cabe una realidad que quiere desprenderse del yugo español, pero que razona desde la lengua y la cosmovisión hispánica. Juanito es a medias un criollo desde la una nueva realidad social, construida en la argamasa de 300 años en la que el mundo indio está en la trastienda. La sociedad de Juan de la Rosa no es integradora, pero responde a una visión mucho más universal de la nación que la que vendría inmediatamente después con el paradigma de las elites.
Gabriel René Moreno, el enciclopédico intelectual cruceño cuya mirada sobre Bolivia tuvo una profundidad que estremece, proponía la nación que conservadores y liberales intentaron construir montados en el pragmatismo económico y el ideal democrático europeo. La nación criolla que no podía, o mejor, no quería entender salvo para crecer a su costa, la evidencia de una mayoría indígena que impedía a Bolivia –aislada en la estremecedora dimensión de sus montañas y sus selvas– un proceso de migración y de inversión externa que “integrara” al país al occidente europeo como ocurrió en algunos países latinoamericanos.  
En el ínterin estuvieron Arguedas y Tamayo en la confrontación más profunda y esencial sobre el ser boliviano y nuestra identidad. Ambos incorporaron en la reflexión sobre el país a la mayoría de los bolivianos, un mundo andinocéntrico es cierto, pero clave por la indiscutible magnitud de su peso demográfico y cultural. Arguedas se enfrentó a sí mismo en Raza de Bronce y Pueblo Enfermo. Su mirada ácida e incluso irracional en la deconstrucción de los caracteres blanco, indio y mestizo de Pueblo Enfermo, se estrella contra la fuerza testimonial de sus indios en rebelión de su novela clásica. Se ve en Arguedas la nostalgia de los grandes levantamientos de Zárate Willca despojados de su contenido político. Pero lo trascendente fue la presencia dinámica y nueva, los indígenas capturaron el escenario y se instalaron como interlocutores imprescindibles del debate sobre nuestro destino común. Tamayo en cambio, hizo una reflexión equívoca, su posición radical contra los blancos y su fe en el mestizo (vía educación), encuentra un curioso y hoy inaceptable presupuesto sobre las capacidades intelectivas del indio. Se trata de una reformulación radical, integradora frente a la confrontación insoluble de la mirada arguediana.  
De allí en más, la idea de una síntesis expresada emblemáticamente en el mestizaje racial y cultural, se verá claramente en la obra de Céspedes y Cerruto. ¿Es un mestizo impotente y derrotado, o es, por el contrario, el ser capaz de construir el futuro?  Nuestra literatura del Chaco y la de Medinacelli, nos permite una nueva reflexión sobre esa construcción.  
Más allá de la recomposición de nuestro eje literario, la Revolución del 52 contestó al Estado liberal. La nación uniformizada por la lengua, la cultura y la unidad política se proclamó mestiza. Pero con la democracia, las naciones dentro de la nación precedidas por el paradigma “plurimulti”, se estrellaron contra esa visión y sus cargas ideológico-partidarias, de las que es imposible desprenderse. La afirmación subsiguiente fue la de las identidades específicas y la recuperación de la “otredad”. El gran proyecto de nación y la realidad de un mestizaje cultural, parecieron perder piso. Bolivia se construye hoy en un camino de doble vía, entre el crecimiento urbano explosivo y su inevitable unidad cultural fuertemente teñida de un pasado mixto desde 1535 y la pervivencia obstinada de etnias y núcleos culturales, que buscan demostrar que la identidad mestiza, imprescindible hoy, no es todavía suficiente para explicarnos a todos. La literatura del siglo XXI, por contraste, afirma la diferencia en el marco de la universalidad. Los autores de hoy, despojados del prejuicio ideológico, mestizos o no, vuelan sus propios cielos.