*A
propósito del estreno de la obra “Hierba mala nunca muere”
* Estreno Mundial
en Nueva York de la obra de Juan Claudio Lechin.
*Por
Hugo Horacio del granado
La
literatura latinoamericana está llena de dictadores, sin embargo pocos son
capaces de causar el miedo cerval que causa al espectador el que ha salido de
la pluma de Juan Claudio Lechín y es que, hasta el día de hoy, no he logrado
superar el inicial espanto que me ha causado ver al mismísimo demonio en el
Este de Manhattan. La última vez que vi a un dictador caminar sobre las tablas
del Repertorio Español, el pequeño teatro hispano ubicado a minutos del famoso
Times Square de Nueva York, fue al Chivo, el famoso Rafael Leonidas Trujillo
interpretado por Ricardo Barber en la adaptación de la famosa novela de Mario
Vargas Llosa de Verónica Triana y Jorge Alí Triana. Estaba vestido de uniforme
de gala y aunque a ratos causaba temor, éste no se comparaba con el miedo
pánico que me causó el personaje central de la última obra de Lechín: Fidel
Castro Ruz.
La trama de la obra
de teatro gira en torno a un anciano Fidel Castro preocupado por la
organización de su funeral, la construcción de su mausoleo y a dos desatinados
enfermeros: Patín (Sandor Juan) y Nataly (Idalmis García) que intentan sin
éxito mandar al otro mundo a don Fidel, sin violencia eso sí, para evitar que
termine convertido en un héroe. Por lo menos uno de ellos trabaja para el
dictador suplente, Raúl el hermano, que quiere sumar el fratricidio a su ya
extensa hoja de vida (o de muerte en este caso). Alfonso Rey interpreta al jefe
del G2, el temido cuerpo de inteligencia cubano, y también a Hugo Chávez, quien
en medio de un ataque de incontinencia verbal le recuerda a Fidel, el sátrapa
jubilado, que "los Persas inventaron al demonio, al diablo".
La trama
está llena de momentos hilarantes porque el Fidel de Lechín es, en apariencia,
un personaje esperpéntico de un racismo rampante y anacrónico y sus supuestos
verdugos son tan incompetentes como el burócrata socialista promedio. El
alborozo llega a la cúspide cuando Hugo Chávez es manipulado y convencido,
en un momento revelador, por un Fidel súbitamente lúcido, de entregar 100 mil
barriles de petróleo para salvar a la pobrísima economía cubana.
Y es que
el Fidel Castro interpretado por el magnífico Germán Jaramillo es, en
apariencia, un inerme viejecito enfundado en un buzo rojo marca Adidas,
postrado en la cama de un hospital geriátrico, un vetusto dictador que ha
perdido la noción del tiempo y del espacio, una especie de decano de los
dictadores dado a dar discursos disparatados durante sus desvaríos. En fin un
anciano que merece la compasión y solidaridad más que el miedo o el desprecio
del espectador. Sin embargo, el anciano, en apariencia inofensivo, es en verdad
el mismísimo demonio. Un demonio lucidísimo capaz de sacar 100 barriles a una
persona a la que minutos antes apenas recordaba y es que la aparente inocuidad,
oculta la monstruosidad del personaje. Este es un recurso usado frecuentemente
en las películas de terror y en fábulas populares, la del niño inocente que en
verdad es un feroz asesino o el típico "lobo disfrazado de oveja".
Este recurso es enormemente efectivo en la obra porque nadie espera la
crueldad, ferocidad y cinismo que saldrán del anciano personaje que padece de
demencia senil y de alucinaciones.
Tengo la impresión, conociendo la obra de
Juan Claudio Lechín, de que este recurso no es de ninguna manera un simple
recurso dramático para espantar a la audiencia, sino que está ahí para recordar
al espectador más avispado de uno de los aspectos más escalofriantes de todo
gobierno con tintes fascistas, el "torvo arte" que el gobierno del
Fidel Castro de carne y hueso viene practicando hace más de 50 años para
engañar a su país y a la opinión pública mundial. Un ejemplo del uso del “torvo
arte” en la vida real es el uso por el régimen de los pioneritos, los inocentes
niñitos cubanos de pañoleta azul o roja, para custodiar las urnas y que de
verdad son la fachada del fraude masivo que son las elecciones cubanas.
Lechín
en su libro Las Máscaras del Fascismo (Lima, 2011) nos recuerda esto y de cómo
el régimen de Castro "monopoliza la ferocidad del poder y la exhibe como
rondas infantiles". En la obra de teatro de Lechín la feroz tiranía
fascista está solapada, oculta, detrás de la chochera de un anciano vestido a
la moda del Chapulín Colorado. Lechín emplea magistralmente este recurso para
darle textura a una obra muy rica que, además de ser enormemente divertida y
ser una reflexión sobre la inmutabilidad de los canallas, está más emparentada
con el teatro épico en el que las ideas son más importantes que la acción
dramática, que con las comedias de Moliere o las del genial Jean Francois
Regnard a las que hace frecuentes guiños.
El diseño de
escenografía y vestuario estuvieron a cargo de Leni Méndez y Fernando Then, la
dirección a cargo de la brillante directora cubana Leyma López. La obra se
presentara hasta fines de junio en la ciudad de Nueva York.
·Hugo Horacio del
granado es guionista y reside en Washington dc