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sábado, 15 de enero de 2011

Ramón Rocha que firma también como "ojo de vidrio" dedica "encomio de Joaquín Aguirre" al malogrado escritor cochabambino

Cuando supe que don Joaquín Aguirre Lavayén había sacado fuerzas de flaqueza para culminar la biografía que escribió sobre Nataniel Aguirre, su ilustre abuelo, tuve una reacción bipolar: Por un lado, el regocijo de que hubiera terminado una obra que sólo él podía haber escrito, pero, por otro, el temor de que en ello se le hubiera ido la vida. Tiempo después pude confirmar ambos sentimientos, porque don Joaquín murió este mes y ahora descansa en paz en su querida tierra.

A fines del año pasado hubo un conmovedor homenaje en el Club Social a dos personalidades cochabambinas: Joaquín Aguirre Lavayén y Alfonso Prudencio Claure, Paulovich. Don Joaquín no pudo asistir y a sus hijos se les quebró la voz al anunciar que estaba muy delicado de salud. Roberto Laserna pronunció una semblanza magnífica y Paulovich remató con ese discurso humano, sencillo y cordial que sentimos continuamente en su afamada columna.

Las palabras de Roberto dieron una muestra cabal de la personalidad de este descendiente de ilustre linaje, que brilló lo mismo en la literatura que como pionero industrial, como emprendedor y como fundador de Puerto Aguirre, la puerta más importante que tiene Bolivia hacia el Atlántico.

Pocos recuerdan los esfuerzos del presidente José Ballivián por abrir el acceso al Atlántico luego de que venciera en la Batalla de Ingavi y el Perú nos cerrara sus puertos del Pacífico. Por esa razón fundó el departamento del Beni, soñando con llevar las riquezas del occidente del país a través de los ríos navegables de la Amazonía hacia el Atlántico. Don Joaquín Aguirre Lavayén tomó la posta y fundó Puerto Aguirre, en la Cuenca del Plata, para aprovechar el entendimiento cordial que plasmó el presidente Paz Zamora con la creación de la Hidrovía Paraguay-Paraná y el canal Tamengo, que nos permite llegar al Atlántico. Por su propio esfuerzo, don Joaquín hizo realidad sus sueños con la fundación de Puerto Aguirre, por donde sale al mercado externo, entre otros productos, buena parte de la soya boliviana.

Don Joaquín tenía de qué envanecerse, pero vivió y murió como el más sencillo de los bolivianos, juzgando con indulgencia a quienes pusieron escollos en su camino y recordando únicamente los momentos felices de su vida. Lo conocimos así, primero como autor de Guano Maldito, cuando llegó precedido por la fama que le había dado su novela Más allá del horizonte y, años más tarde, al enterarnos de que también era un próspero hombre de negocios, que alimentaba un sueño para ese entonces imposible: la fundación de un puerto fluvial que abriera el país hacia el Atlántico.

Joaquín Aguirre Lavayén (1921-2011) ha partido a dos meses de cumplir los 90 años. Duele perder a un gran boliviano pero nos queda el consuelo de heredar su obra literaria, industrial, patriótica en el más pleno sentido. Estudió en la Universidad de San Simón y en New Hampshire, Estados Unidos, donde se graduó como licenciado en Filosofía y Literatura Comparada. Luego profundizó su formación artística en la Universidad de Stanford, Carolina. Pero, en otro orden, hallamos sus huellas en el primer oleoducto boliviano, en la primera cadena de supermercados y en la fábrica de cereales precocidos para niños, que instaló en Colombia; en la invención de un nuevo procesamiento de deshidratación de frutas tropicales, un invento suyo; y en la fundación de Puerto Aguirre, el 11 de septiembre de 1988, el primer puerto boliviano con acceso directo y soberano al océano Atlántico por la vía de las aguas internacionales de la Hidrovía Paraguay – Paraná, en cuya fundación también participó. En 1991, Central Aguirre se convirtió en la primera Zona Franca Comercial e Industrial de Bolivia; seis años después albergó a la primera terminal petrolera de Bolivia sobre aguas internacionales; y el 2005, a la primera terminal de contenedores y carga con destino a los países del Mercosur.