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viernes, 2 de septiembre de 2011

desde Madrid Pedro Shimose se suma al recordatorio de un personaje querido por el pueblo "cantinflas" personificado por Mario Moreno actor de 50 films que todavía se ven con placer y buen humor


Hace poco recordamos el centenario del nacimiento de Mario Moreno Reyes, más conocido como Cantinflas (Ciudad de México, 12/08/1911 – ídem, 20/04/1993). Actor bufo, mezcla de payaso circense, torero del género denominado ‘charlotada’, cantante y bailarín cómico, Cantinflas es el Chaplin latinoamericano. Nacido en el seno de una familia pobre y numerosa, encarnó al ‘pelado’ (persona insignificante, de bajo estrato social) con su indumentaria estrafalaria: un trapo negro al hombro (resto de un presunto chaleco) adherido a la camiseta de mangas largas, pantalón a la verija, lleno de parches y remiendos, sujeto con un cordel a modo de cinturón, zapatos viejos y un sombrerito a lo Robin Hood, sin pluma de faisán. Si Charlot era el genio del cine mudo en una sociedad industrializada en crisis, Cantinflas era el genio del cine sonoro en una sociedad en vías de desarrollo. La gracia de Chaplin era mímica; la de Cantinflas era verbal. Así fue cómo su nombre artístico enriqueció nuestro idioma al incorporar al Diccionario de la Real Academia tres sustantivos (cantinflas, cantinflada y cantinfleo), un verbo (cantinflear) y dos adjetivos (cantinflero y cantinflesco).
Según el escritor Carlos Monsiváis, su apodo nació bajo la carpa de un circo, cuando Mario Moreno hacía sus pinitos y empezaba a caracterizarse por su verborrea insustancial, disparatada, incongruente, absurda y llena de proverbios y lugares comunes inconexos. Cuenta Monsiváis que uno del público –mareado por tanto sinsentido– le gritó: “¡Cuánto inflas!” que, en buen romance, quiere decir ¡cómo mareas con tu palabrerío! ¡Cómo emborrachas con tu verborrea! (‘inflar’ es un mexicanismo que significa consumir tequila hasta emborracharse). De aquel “¡cuánto inflas! nació la palabra “cantinflas”. Además, España popularizó, en plena transición democrática, la expresión “la movida madrileña” para tipificar una corriente contracultural propia de la izquierda española de aquella época. Cantinflas la había acuñado en la película El señor fotógrafo (1958).
Sorprende que el Guillermo Cabrera Infante, que tanto sabía de cine y tanto se ocupó de la cultura popular, no hubiera estudiado el fenómeno Cantinflas. Ha tenido que ser otro cubano, el poeta y periodista Raúl Rivero, quien señalara que el trabajo de Cantinflas “no trascendió más porque sus monólogos y sus descargas eran intraducibles”, pero será recordado “en todos los países donde su nombre permanece asociado al ingenio, al talento y su capacidad para retratar con humor una realidad que, si no sigue igual que en la época en que vivió Moreno, ha empeorado”.
Además de imprimir las huellas de sus manos en el Paseo de la Fama, en Hollywood, dejar una herencia de $us 100 millones y los derechos de sus 47 películas por la que se están peleando su hijo único y su sobrino, Cantinflas nos legó unas películas admirables: Ahí está el detalle (1940), El siete machos (1950), ¡Arriba el telón! (1954), El extra (1962), Si yo fuera diputado (1951) y El analfabeto (1960). En estas últimas, Cantinflas habla de “las injusticias de la justicia” y nos recuerda que “la justicia tarda pero llega, aunque la pobre es ciega y no sabe por dónde anda” y que “la falta de ignorancia nos está perjudicando… y más cuando el Derecho anda chueco” en un país de “deslustrados”, en el cual “una bola de incultivados que hablan con faltas de ortografía” nos dicen que “en este mundo no hay equitación ni justicia porque la democracia quiere decir ‘demos’, como quien dice, y si damos ¿con qué nos quedamos?” Ahí está el detalle, manitos. // Madrid, 02/09/2011.

* Escritor