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viernes, 29 de octubre de 2010

me siento muy cansado confiesa el escritor Nobel más vinculado a Bolivia como ningún otro que recibiera el galardón. entregará su libro en Madrid

Mario Vargas Llosa no ha tenido hasta ahora "el tiempo mínimo para pensar" en su discurso de recepción del Premio Nobel. Desde que lo ganó el pasado 7 de octubre vive dominado por la emoción del sinfín de felicitaciones que le llegan y por el agotamiento que implica merecer un galardón de esta categoría.

"No se puede imaginar hasta qué punto estoy cansado", le dice Vargas Llosa a Efe desde Nueva York, en la entrevista telefónica que le concede con motivo de la inminente publicación de su nueva novela, "El sueño del celta" (Alfaguara), que el escritor peruano presentará en Madrid el 3 de noviembre.

La concesión del premio ha coincidido con el curso que el gran novelista imparte este trimestre en la Universidad de Princeton, y ese compromiso termina casi en vísperas de su viaje a Estocolmo, donde recibirá el Nobel de Literatura el 10 de diciembre.

"Sigo con mi trabajo, con mis artículos, y alejado de mi propio mundo, donde tengo más apoyos. Pero vamos tratando de sobrevivir", señala el escritor, que aún no ha podido ir Perú, donde "ha habido muchísimas manifestaciones de cariño y de amistad", como las que ha recibido "en España". Viajará a Lima "después" de la concesión del Nobel.

Aunque no sabe aún cómo será su discurso, sí tiene una idea de lo que expusieron los anteriores ganadores. La Academia Sueca le ha enviado un volumen con esas intervenciones y ha visto que "casi todos ellos son un testimonio muy personal de la relación de los escritores con su vocación, con su país, con hechos centrales, neurálgicos de su existencia. Y yo -dice- voy a abordarlo por ahí".

Vargas Llosa ya ha hablado a lo largo de su vida de esas cuestiones en sus libros, en sus conferencias y artículos, por lo que tendrá que "hacer una síntesis" de cara al discurso.

El escritor es consciente de que haber ganado el Nobel le dará una mayor repercusión a cualquier cosa que diga, y eso le obligará a hacer "un esfuerzo mayor de responsabilidad".

"Yo siempre lo he hecho a la hora de opinar, pero sin duda que, a partir de ahora, voy a tener que ser mucho más riguroso y preciso en lo que escribo y digo", asegura el autor de novelas imprescindibles como "La casa verde", "Conversación en La Catedral", "La guerra del fin del mundo" o "La fiesta del Chivo".

Conocido por su valentía y claridad cuando habla de política, del el abuso de poder o de la falta de libertades, Vargas Llosa asegura que el Premio Nobel no lo va a cambiar, sino que seguirá hablando "con la misma libertad de siempre".

"Ahora tendré que ser muchísimo más cuidadoso, por supuesto, a la hora de escribir y de opinar, sobre todo en ese mundo proceloso de la política. Pero desde luego que lo voy a seguir haciendo con la misma libertad y con la misma independencia de siempre", dice sin dudar.

domingo, 24 de octubre de 2010

de Vargas Llosa se han dicho muchas cosas, aunque Tulio Demicheli lo considera "un paladín de la democracia" en ABC de Madrid

Dos hilos guían la evolución ética y política del novelista. El primero se inicia con una defensa sentimental de la guerrilla peruana de los 60 y de la Revolución de Sierra Maestra y conduce a un reconocimiento no menos sincero del liberalismo democrático. El segundo desciende de aquella pasión existencialista que finca su «axis mundi» en la figura de Jean Paul Sartre y, después de contradecirse en «la moral de los límites» de Albert Camus, se remansa en el pensamiento político del historiador de las ideas y filósofo Isaiah Berlin.
Sartre contra Camus. La polémica imaginaria que Vargas Llosa sostuvo consigo mismo entre el marxista Sartre y el humanista Camus se resolvía en la actitud que el creador debía asumir ante el poder. El político y el artista quieren, a su modo, «rehacer el mundo. El artista, por una obligación de su naturaleza conoce los límites que el espíritu histórico desconoce. He aquí por qué el fin del último es la tiranía y la pasión del primero es la libertad». Para Vargas Llosa, Camus era un crítico de «las revoluciones planificadas por la ideología, un rebelde cuyo pensamiento legitimaba moralmente el derecho del hombre a rebelarse contra la injusticia». ¿Qué diferencia hay entre revolución y rebelión? Para Camus, el revolucionario «es el que pone el hombre al servicio de la idea, el que está dispuesto a sacrificar el hombre que vive al que vendrá, el que se cree con el derecho de mentir y de matar en función del ideal». En cambio, «el rebelde —continúa Vargas Llosa— puede mentir y matar, pero sabe que no tiene el derecho de hacerlo y que, al hacerlo, amenaza su causa... Justifica los fines con los medios y hace de la política la consecuencia de una causa mayor: la moral».
Para el novelista, las grandes religiones políticas del siglo XX han producido horribles patologías como las dictaduras totalitarias y el terrorismo urbano y guerrillero. A lo largo de treinta años ha repudiado las dictaduras, ya fueran de derecha o de izquierda —de Argentina y Chile a Nicaragua— así como al totalitarismo burocrático comunista. Adonde quiera que haya habido un prisionero político se ha escuchado su voz.
La decepción cubana. Su idilio con la Revolución Cubana, que había sido recibida con gran esperanza, se rompió definitivamente cuando, a principios de los años 70, se perpetra el auto de fe contra el novelista y poeta Heberto Padilla, quien tuvo que «autocriticarse» ante la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, escándalo que significó la ruptura con el castrismo de los hermanos Goytisolo, Edwards, Juarroz, Semprún, Claudín, Tàpies, Valente, Marsé, Barral, Castellet, Bryce o Donoso.
Años más tarde, el derrocamiento de la dictadura Anastasio Somoza fue saludada con alborozo por los demócratas de todo el mundo. Los intelectuales occidentales también celebraron con alborozo el establecimiento de la dictadura sandinista, de orientación marxista y partido único. Vargas Llosa volvió a defender la democracia enfrentándose a la «intelligentzia» biempensante europea y norteamericana a la que le encantan las revoluciones en Hispanoamérica pero no en París ni en Nueva York.
México, Irak, Palestina. Pero sus polémicas intelectuales y políticas no sólo se han circunscrito a las dictaduras comunistas. En México, durante el encuentro internacional que organizó la revista «Vuelta» en 1990, el novelista contradijo al anfitrión —su gran amigo Octavio Paz, también premio Nobel— cuando afirmó que el régimen priísta había sido «una dictadura perfecta»... en pleno sexenio del penúltimo presidente del PRI, Carlos Salinas de Gortari. Tal fue el revuelo que causó que tuvo que abandonar el país.
Más recientemente, primero criticó la invasión de Irak porque consideró que no estaba justificada, pero al visitar personalmente Bagdad, rectificó; de la misma manera que, al producirse la segunda intifada, primero acusó a los palestinos de integrismo, pero cuando recorrió Gaza, señaló los pecados de Israel, sin importarle haber recibido allí las mayores distinciones, pues siempre ha defendido el derecho israelí a defender su Estado y su pueblo.
En fin, la suya siempre ha sido una voz incómoda que dice siempre lo que le dicta la conciencia en defensa de la libertad, pese a quien pese.

sábado, 23 de octubre de 2010

otra novela de 424 páginas de Mario Vargas saldrá a la venta en días más. "El sueño del celta" que transcurre en escenarios diversos. cumbre califican

En varias ocasiones a lo largo de su producción novelística, Mario Vargas Llosa ha migrado de las historias y ambientes peruanos que constituyen el centro natural de su ficción. La primavera vez fue en «La guerra del fin del mundo» (1981), que narra la rebelión de El Consejero en el sertón brasileño. Luego fue la República Dominicana, donde transcurre «La fiesta del Chivo» (2000), durante los años de la dictadura de Leónidas Trujillo. Uno de los hemisterios –el que protagoniza Paul Gauguin– en los que se divide «El paraíso en la otra esquima» (2003) nos lleva de París a Tahití y las Islas Marquesas. Y en «Travesuras de la niña mala» (2006) cada uno de los capítulos, salvo el primero, que ocurre en Lima, se sitúa en una ciudad distinta: París, Londres, Tokio, Madrid. Esto revela el creciente cosmopolitismo de su visión, que desborda los límites habituales de un escritor latinoamericano, pues resultan cada vez más estrechos para el impulso universal de la aventura humana.
Todo esto tiene especial relevancia a la luz de la última novela del autor: «El sueño del celta», que, sin ninguna exageración, debe considerarse una obra maestra , no sólo por su impecable ejecución, sino por la temeraria audacia de su concepción y la minuciosa documentación que supone.La idea de escribirla surgió cuando Vargas Llosa descubrió, leyendo una biografía de Joseph Conrad, que un talRoger Casement había sido, aparte de un muy cercano amigo del gran escritor anglopolaco, la persona que le brindó la información esencial que lo movió a escribir «El corazón de las tinieblas». Así se configura una triangulación entre Casement, Conrad y Vargas Llosa, cuyo hilo común es la colonización del Congo, centro de esta novela.
Las tres «C»
Iniciada por Bélgica a fines del siglo XIX tras los pasos de exploradores, aventureros y comerciantes ingleses, norteamericanos y de otros países, tiene como propósito principal la explotación del caucho, material estratégico entonces para fines industriales y bélicos. Eran los comienzos del imperialismo y el colonialismo europeos en África, Asia y otros territorios. Esa expansión de las grandes potencias se hizo en nombre de una misión civilizadora, que sacaría de su triste condición a pueblos sumidos en el atraso y la pobreza. El paradigma de lo que en verdad ocurrió fue el Congo, muy rico en caucho. Colonizado por Bélgica, fue escenario de los peores crímenes imaginables bajo las órdenes del rey Leopoldo II, un hombre de increíble crueldad y responsable de un genocidio que sólo puede compararse con el de Hitler. Este es el marco histórico y el mundo concreto en el que actúa Roger Casement.
Con raíces irlandesas por el lado materno, pero criado como un inglés, llega, muy joven, al Congo y entra a trabajar en la compañía belga antes de ser cónsul al servicio del Foreign Office. Lo movía un idealismo bastante ingenuo y una sed de aventuras estimulada por el ejemplo de exploradores como Stanley y Livingstone. Su experiencia de veinte años en África lo cambiaría profundamente: haber trabajado para los intereses belgas –comunes con los de Inglaterra en el Congo– es como un descenso al infierno. Presencia las más brutales formas de tortura; mutilaciones, decapitaciones, flagelaciones, incineraciones de cuerpos vivos, violaciones y matanzas ejemplarizantes de todos aquellos –sin excluir niños, mujeres o viejos– que no pudiesen entregar la cuota diaria de caucho a los amos blancos. En un angustioso proceso moral, Casement descubrirá que de «su santísima trinidad personal de las tres C [...]: cristianismo, civilización y comercio» con la que justificaba el colonialismo, lo único que sobrevivía era el último término; en verdad, lo demás era un simple pretexto para disimular la codicia y voracidad incontrolables del europeo por las nuevas riquezas que consolidarían su dominio del mundo. Con creciente horror, va comprobando que el hombre blanco puede ser más salvaje que los nativos a los que ellos mismos llaman «salvajes».
El cepo
En esas tierras se produce una terrible inversión de conceptos. Hay avances que parecen retrocesos a un momento anterior porque los agentes de la civilización resultan ser los nuevos bárbaros. Por ejemplo, la trinidad personal de Casement es la misma que invocaron los españoles para la conquista y colonización de América. Las palabras con las que el protagonista resume su experiencia en el Congo (eslavitud, asesinatos, mutilaciones) bien pueden aplicarse a esa y otras situaciones del pasado; Conrad, quien dice que Casement lo «desvirgó» sobre la realidad del Congo, cree que «merece ser llamado el Bartolomé de las Casas británico» por su defensa de los congoleños. Estas alusiones ahondan y enriquecen el tejido narrativo de la novela al proyectarla más allá de la historia que nos cuenta.
Simultámente, Casement sufre en el Congo un secreto y atormentado proceso interior: aunque representa oficialmente al Gobierno inglés, en verdad se siente cada vez más un irlandés que sólo desea pertenecer a una nación independiente y soberana. Cree que los irlandeses están sometidos a una situación colonial que les niega su dignidad y sus derechos. Pese a que el proceso se inicia en el Congo, su radicalización ideológica tendrá el más inesperado escenario: la Amazonía peruana, donde ocurre la segunda parte de la novela.
La razón es que, después de servir como cónsul en Manaos, el Foreign Office lo envía a la región del Putumayo para investigar la situación en las caucherías explotadas por la Peruvian Amazon Company –propiedad del peruano Julio C. Arana–, que es legalmente una empresa inglesa. Esta nueva aventura de Casement, aunque parezca imposible, es todavía más terrible e infernal que la del Congo: las atrocidades, castigos y otros actos execrables desafían la imaginación más febril. Incluyen indecibles privaciones, niños doblados bajo los «chorizos» de caucho, cuyo peso es superior al de sus cuerpos, y hasta suplicios en un cepo medieval para rebeldes o indisciplinados. Tras más de un año de penosos trajines, investigaciones y entrevistas, el informe de Casement provoca un gran escándalo en Inglaterra y posteriormemte la caída y ruina del acaudalado Arana. En reconocimiento por sus servicios, la Corona inglesa lo nombra Sir y el personaje empieza a gozar de una celebridad que nunca buscó. Esto hace más aguda la duplicidad que vive por su adhesión a la creciente beligerancia política irlandesa.
Pero hay otro conflicto aún más secreto que lo desazona: su homosexualidad, de la que hubo primeros indicios en el Congo, donde se insinúa la atracción que siente cuando fotografía los armoniosos cuerpos desnudos de los jóvenes nativos. Tal como los registraba en sus notas o diarios privados –furtivos encuentros eróticos de un hombre solitario y sensible que jamás amó a nadie más allá de ellos–, es difícil saber cuánto hay de real o de imaginario en estos apuntes. Lo cierto es que con ellos estaba sellando su propio destino, como veremos en la tercera y última parte de la novela: «Irlanda».
Alta traición
Aquí se narran, con lujo de detalles, las campañas, las infinitas discusiones, las discrepancias tácticas, los inesperados tropiezos y complicaciones que marcan el camino que lleva de los ideales a la realidad de una acción liberadora. Un aspecto importante es que, como todo esto ocurre en el contexto de la Primera Guerra Mundial, durante el apoyo táctico de Alemania a los fines políticos de una Irlanda libre, la labor de Casement aparece como un acto de alta traición contra Inglaterra. Es despojado de su título, humillado al revelarse sus apuntes íntimos, enjuiciado y encarcelado. Allí lo encontramos al comenzar la novela, en el presente a partir del cual se reconstruye su apasionante historia y su trágico final.
Me referiré sólo a algunas de las razones por las cuales afirmé que ésta es una obra de excepcional importancia literaria. En primer lugar, se apoya en una documentación e investigación monumentales, que le permiten tratar de mundos y situaciones tan alejados de su propia realidad como el Congo e Irlanda a comienzos del siglo XX, con una pasmosa familiaridad que produce total convicción. No deja de ser una notable hazaña que un latinoamericano se haya convertido en un novelista del Congo (como Conrad) y de un héroe de la insurgencia irlandesa; es como si un novelista africano hubiese escrito «La Casa Verde» o un inglés «Conversación en La Catedral». La minuciosidad de los detalles y la coherencia interna de todo el complejísimo tramado narrativo contribuyen a ese efecto.
¿Cuánto hay de verdad en la aventura de Casement, cuánto de ficcion? Imposible saberlo: el ensamblado de esos elementos es perfecto y no deja señales de la sutura. Por otro lado, la consabida vocación deVargas Llosa por los grandes espacios salvajes, donde sólo impera la ley del más fuerte y donde toda aventura es posible, reaparece aquí para plantearnos, con un vuelo épico, la eterna tensión entre la aspiración civilizadora y el respeto a las formas tradicionales de la cultura humana. Una novela que quedará entre las mayores contribuciones de nuestro tiempo al género.

domingo, 17 de octubre de 2010

escritor inconforme, un rebelde sacando sus demonios, que suscita envidias y tantos odios. Vargas Llosa en la pluma de Cayetano Lloret

Sonriendo, con su eterno pelo casi blanco que no sabe si caer sobre la frente, cordial, cálido, Mario Vargas Llosa comenzó su respuesta a la presentación que hice de su libro “Desafíos a la Libertad”. Yo le había agradecido en mi intervención, para sorpresa suya, haberme acompañado tanto tiempo en el campo de concentración de Puerto Cavinas: allí me habían enviado un ejemplar de La Casa Verde. Y conté de la lectura de esa novela reviviendo sus escenarios en medio de raíces húmedas y calores amazónicos a orillas del río Beni en aquellos meses finales de 1980 con el general García Meza en el Palacio de Gobierno. “Cayetano, la próxima vez que estés preso, avísame para enviarte más libros míos”, fue la primera frase de su respuesta a mi presentación.

Fue a finales de noviembre de 1998. A partir del libro que presentaba, propuse la que creí mi mejor definición de Vargas Llosa: “Cuando lean los artículos que componen esta selección, van a reconocer en cada uno de ellos a ese escritor inconforme que escribe para arreglar el mundo. Y en cada uno de sus párrafos van a encontrar la pasión del rebelde que está sacando el demonio que lleva dentro”. Y creo que es exactamente el mismo que hoy despierta cascadas de admiración… y que suscita tantos odios y envidias.

No me extraña, en absoluto, que un Gobierno como el de Cuba hubiera considerado la concesión del Nobel como un premio a “la falta de ética”. Y no es extraño porque fue precisamente Vargas Llosa uno de los símbolos más perfectos de la visión que toda una generación tuvo de la revolución cubana: primero, el entusiasmo fervoroso y la entrega a la única causa que parecía el comienzo de la redención social, intelectual y política; luego, el paso a la crítica honrada ante los intentos de mutilación del pensamiento, la censura y los empeños personales de Fidel en la tarea de castración intelectual y, finalmente, la condena y repudio a lo que terminó siendo el símbolo de oscurantismo, ceguera y fanatismo justificatorios de una idea personal del poder, laudatorios de una autocracia senil arrastrando cincuenta años de fracaso.

Y Vargas Llosa lo hizo, porque de todos los demonios que lleva dentro el de la libertad es el más feroz. Un demonio que no tuvo las debilidades de otros intelectuales que terminaron rindiendo sus laureles a la ideología… ¡y ahora se tragan su silencio! Vargas Llosa nunca ha abandonado la convicción contenida en cada una de las palabras que pronunció en 1967 al recibir el premio Rómulo Gallegos por su novela La Casa Verde”: “La literatura es una forma de insurrección permanente y ella no admite las camisas de fuerza. Todas las tentativas a doblegar su naturaleza díscola fracasarán. La literatura puede morir, pero nunca será conformista. Sólo si cumple esta condición es útil a la sociedad”.

¡Muy grande para las cabezas totalitarias! ¿Cómo van a entender esas cabezas la imposibilidad de aceptar camisas de fuerza? ¿Cómo puede caber en la cabeza de caudillos con pretensiones vitalicias la naturaleza díscola de las palabras?

Querido Mario Vargas Llosa, compañero entrañable de prisión con tu maravillosa Casa Verde. Amigo que me dejaste el orgullo de serlo y el maravilloso recuerdo de haber presentado un libro tuyo: yo no sé si volveré a estar preso, pero sabes que hay muchos que hoy y mañana, en nuestra América Latina y, desde luego, en China, te pedirán más libros tuyos… Más allá de tu merecidísimo Premio Nobel, ser la referencia de libertad en una cárcel ¿no te llena de orgullo?

el escritor es un artista su obra destinada a producir placer como un pintor, un músico de Vargas Llosa el autorizado Manfred Kemp emite su criterio

Tal vez mi nota resulte un poquito tardía, cuando las páginas de todos los periódicos de Bolivia -y del mundo- han comentado el gran acierto de la academia sueca al haberle otorgado a Mario Vargas Llosa el Premio Nobel de Literatura. No voy a agregar nada a lo dicho sobre la obra misma de Vargas Llosa, porque de eso se han ocupado miles de personas. Casi todos han demostrado su conocimiento sobre la prolífica obra del peruano y su alegría por el inmenso honor que ha recibido el escritor, con pocas excepciones que persisten en personajes torvos con su agrio y tozudo carácter zurdo, que pretenden recordarle a Vargas Llosa que en una época de su vida fue parte de la corte de Fidel Castro y que luego lo dejó. ¡En buena hora, por Dios!
Con esa gente no se puede discutir, no escucha razones porque está totalmente ofuscada, y entonces es mejor dejarla pasar. Son aquellos para quienes lo único valioso es la literatura “comprometida”, es decir, políticamente revolucionaria. Mala literatura, finalmente. Es la corriente que dominó durante muchos años, décadas, en la academia sueca, que se convirtió –en el caso específico de las letras–, en renuente a premiar a literatos que no se identificaran con las corrientes de izquierda. El ejemplo más conocido y decepcionante fue nada menos que Borges.
Como la alfombrilla contagia a todos los niños, así también contagió la Revolución Cubana a los intelectuales jóvenes de entonces. Quien no estaba con la Revolución era un desubicado cuando no un paria. Pero si la alfombrilla persiste en los viejos y no cede, eso ya es algo insólito que merece un estudio y la enfermedad cambia irremediablemente de nombre. ¡Es otra cosa peor! Y, claro, Mario Vargas Llosa, está muy lejos de caer en eso. Habría que preguntarle a Carlos Fuentes qué piensa hoy de los Castro; y a García Márquez que seguramente no tiene la menor duda del fracaso de Fidel y lo lamenta, aunque a estas alturas de la vida seguirá siendo su amigo, discutan o no del tema político.
A un hombre como Mario Vargas Llosa, amante y perfecto conocedor de la mejor literatura francesa, inglesa, rusa e iberoamericana; alguien que se entusiasma y llega al fondo del alma de una criatura como Madame Bovary o de una mujer de carne y hueso infinitamente desgraciada como Iréne Némirovsky; un impenitente viajero por los lugares más inverosímiles y conflictivos del planeta; estudioso serio que ilustra regalando sus crónicas periódicamente, no le queda más que asumir una responsabilidad que trasciende la tarea de un escritor cautivo por limitaciones dogmáticas.
A Vargas Llosa nadie le puede exigir aquello de la literatura comprometida, porque él no elude sus compromisos. Compromisos serios, no bravatas. No sumisión a una idea trillada y falsa para que le aplaudan su obra. Ha escrito magníficas novelas, es un maestro de la ficción, pero además ha expresado toda su verdad política en la prensa escrita. Lo hace cotidianamente. Si ha existido una persona absolutamente comprometida consigo mismo ha sido el flamante Premio Nobel, porque su compromiso ha estado y está al lado de la libertad y la democracia. Nunca al lado de aventureros ni de bellacos.
Desde los años setentas Vargas Llosa ya empezó a impregnarse de los ideales liberales dejando de lado las fábulas izquierdistas, pero lo que hay que comprender es que el Premio Nobel de Literatura ha sido concedido al cuentista, al creador, al fabulista, al narrador, al de Pantaleón, don Rigoberto o el “escribidor”; al de la madrastra, la tía, o la niña mala. Ese es el reflejo sin imposturas de una sociedad, es algo libre y sin ataduras, exenta a forzarse en escribir novelas “con mensaje” que son de una pesadez total porque el autor en vez de crear, de hacer arte con las palabras, de embellecer el idioma dándole luminosidad e ingenio, termina encasillado, sufriendo, tratando de convencer a los lectores con discursos mortificantes que son leídos de mal grado y por pocos.
No se trata, como ha afirmado el presidente Morales, de que sea “sospechosa” la designación de Vargas Llosa en Estocolmo como la del disidente chino Liu Xiaobo con el Nobel de la Paz; no es cuestión de ser “anticapitalistas” o “antiimperialistas; no se trata como ha dicho el Vicepresidente de que la academia sueca está “tomando un conjunto de decisiones particularmente extrañas, en términos a su apego político”. Esa es una fanfarronada. Se trata, en el caso del escritor peruano, de que la literatura está destinada a dar placer, a gustar, sin que el argumento tenga que ser precisamente inocuo o siempre feliz. Pero tampoco un espectro de llanto y muerte que deprime. Escribir es un arte y de tal forma el escritor es un artista que debe hacer disfrutar al lector, ni más ni menos que como lo hace un pintor, un escultor, o un cineasta con su público.

viernes, 15 de octubre de 2010

medio en broma, medio en serio el gran poeta Pedro Shimose desde Madrid pronostica que a Evo jamás le darán ningún Nobel y explica las razones

Todo vasallo bien informado sabe que quería ser Jefazo y lo consiguió; quería una Asamblea Constituyente y la consiguió; quería una Constitución y la consiguió; quería liquidar la República y lo consiguió; quería dividir Bolivia en 36 ayllus y lo consiguió; quería un avión para él solito y lo consiguió; quería un Doctorado Honoris Causa y consiguió cinco; lo que no ha conseguido todavía es el Premio Nobel de la Paz.
Como no cree en los Reyes Magos porque son amigos del cardenal Terrazas, cada año le escribe a Papá Noel pidiéndole que ilumine a la Academia noruega (el Nobel de la Paz lo concede Noruega) para que le regalen el Premio Nobel de la Paz, ése que acaba de ganar el chino Xiabao. La noticia lo ha deprimido tanto que reunió en el Palacio Quemado a los ‘pollos de granja’ para compartir con ellos sus cuitas: “He llegado a la conclusión – dijo – de que el Premio Nobel de la Paz jamás va a ser para movimientos sociales o personalidades anticapitalistas y antiimperialistas. De eso estoy convencido”. Eso dicen que dijo. Ningún corresponsal de guerra osó formularle preguntas, por si acaso. Ni pío.
Por primera vez y sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con el Jefazo: el Nobel de la Paz no se lo darán, pero no por lo que él se imagina. A los académicos noruegos les importa un guapomó que el Nobel de la Paz recaiga en un capitalista o en un antiimperialista. En 1973 se lo dieron al capitalista estadounidense Kissinger, compartido con el antiimperialista vietnamita Le Duc Tho. El vietnamita lo rechazó.
Pero el Presidente plurinacional no rechazaría el Nobel de la Paz. Él quiere ese premio; sueña con el Premio Nobel de la Paz. Alguien le ha soplado al oído que si los negros Martin Luther King, Nelson Mandela y Barack Obama lo obtuvieron, ¿por qué no lo puede conseguir un ‘indio’ de Orinoca? Lo que el Presidente no comprende es que Luther King, Mandela y Obama no lo consiguieron por ser negros.
Para desgracia del aspirante plurinacional, los académicos noruegos saben que Evo es amigo del pacifista iraní Mahmud Ahmadinejad, que quiere borrar del mapa a Israel; saben que es amigo de Hugo Chávez, otro pacifista. Saben también que el aspirante plurinacional al Premio Nobel de la Paz acaba de pedir un crédito a los rusos para modernizar sus Fuerzas Armadas. Los académicos noruegos – que son académicos, pero no tontos – saben que el Estado Plurinacional no está en guerra. Y si no está en pie de guerra, ¿para qué quiere Evo modernizar la milicia plurinacional? Según la agencia de noticias EFE, Evo solicitó a Rusia un crédito de 250 millones de dólares para adquirir, entre otras cosas, ocho aviones Antonov e instalar, en Cochabamba, “un centro de reparaciones para este tipo de aviones, con cobertura a toda Latinoamérica, con un costo de cinco millones de dólares”. Con estos antecedentes, ¿cómo se puede aspirar al Premio Nobel de la Paz?
Pero eso no es nada. Lo que más impresionó a los académicos noruegos fue el video del partido de fútbol entre el equipo Sin Miedo, del alcalde paceño, y el del club Da Miedo, del presidente Evo. Juzgan que el rodillazo del Presidente a un rival lo descalifica para optar al Premio Nobel de la Paz. Creen, incluso, que lo descalifica ante la afición futbolera para un tercer mandato presidencial, con trampa o sin trampa, con réferi comprado o como sea. // Madrid, 15.10.2010. *Escritor


jueves, 14 de octubre de 2010

nada menos que en nota editorial el mayor diario del continente LN se refiere a Vargas Llosa y su merecida distinción como Nobel

Los motivos de júbilo por el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa son numerosos e innegables. En este diario se ha vivido con intensidad el acontecimiento: Vargas Llosa ha sido un colaborador periódico de LA NACION desde hace muchos años, como lo fueron Jorge Luis Borges y Octavio Paz, entre los escritores cuya obra, traducida a decenas de lenguas, se ha expresado en letras castellanas de excelencia.

En un diario en cuyas páginas se acogen contribuciones de ensayistas, narradores y periodistas que no necesariamente coinciden con su línea editorial, Vargas Llosa ha constituido durante largo tiempo, sin embargo, uno de los casos de casi invariable alineamiento en el mismo campo de ideas en el que LA NACION desenvuelve su prédica cotidiana.

Tal vez sea en la periferia de la cultura más profunda expuesta en lengua castellana que la batalla por la tolerancia, la eficiencia y la pérdida de gravitación de todas las modalidades que ningunean la libertad sufra los más perseverantes y perturbadores tropiezos. Es ésa la batalla que ha librado, en obra y actos políticos, incluso como candidato presidencial, el gran intelectual peruano. Escritores de escaso recorrido, y menor vuelo, y propagandistas rentados de regímenes autoritarios se han permitido, después de la concesión del Premio Nobel a Vargas Llosa, expresar una desazón que a nadie, más que a ellos, conmueve.

Tamaño desencanto ha sido acorde con la falsa interpretación que hacen sus contradictores de que la cultura latinoamericana debe pasar, para ser considerada como tal, por el registro de pautas sectarias establecido, a pesar de mil fracasos, por el populismo obcecado en que militan. En esos ámbitos, a Vargas Llosa se lo ha tenido entre ceja y ceja desde que en 1971 comenzó a disparar, desde la izquierda, contra el totalitarismo cubano.

Por eso el Premio Nobel de Literatura 2010 ha de verse como un estímulo de extraordinario valor para quienes defienden, en particular dentro de la órbita iberoamericana, el ideario liberal, y como un revés para anacrónicos e inexplicables corrillos políticos y literarios. El día que se concedió la distinción de la Academia Sueca a Vargas Llosa fue, pues, de fiesta para los amantes de lo mejor de la novelística contemporánea y para los seguidores del lúcido pensamiento democrático y republicano manifiesto en sus ensayos. Fue, en cambio, de luto para quienes subordinan, en todos los órdenes, el individuo al Estado y se identifican con divulgadores concentrados en sostener lo indefendible: que es preferible evitar las inversiones extranjeras antes que el riesgo de aceptarlas; que los Estados Unidos son la causa de nuestros males y no la paulatina degradación entre nosotros de la cultura del trabajo y de la vieja educación sarmientina, que se difumina entre paros docentes de nunca acabar y padres que se alían con hijos cuando maestros y profesores instan a un mayor rigor y entrega al aprendizaje escolar.

Ese populismo puso en riesgo la seguridad de Vargas Llosa en Rosario, la última vez que estuvo en la Argentina, en 2008. Había venido para presidir un par de jornadas de la Fundación Internacional para la Libertad, que preside. El ómnibus que lo trasladaba, junto con otros congresistas, fue detenido y atacado por una turba guevarista. El kirchnerismo, que tampoco vio con simpatía su presencia en el país, mantuvo otro silencio cómplice frente a la gravedad del suceso.

La otra Argentina hace llegar hoy a Vargas Llosa un saludo entusiasta por un acontecimiento tan justo y significativo como los que lo precedieron, en igual e imaginario podio, en 1970, con el ruso Aleksandr Solzhenitzin; en 1980, con el polaco Czeslaw Milosz; y en 1990, con el mexicano Octavio Paz.

domingo, 10 de octubre de 2010

de los artículos destacados sobre Vargas Llosa el testimonio de Carlos Mesa es importante atrapado por la genialidad del Nobel y su total admiración


Zavalita pregunta dónde se jodió el Perú. Es la primera página de Conversación en la Catedral. La frase es ya un tópico, la novela en cambio fue un fogonazo en mi alma, un descubrimiento, la saga de una aventura que –a mis diecisiete años-- marcó una doble pasión, por la literatura y por el compromiso con la realidad social de América Latina. El Perú de Odría, su siniestro ministro del interior, la frívola pero ingenua amante que lo acompaña, el padre atormentado por su doble vida, el chofer, la Lima fervorosa de los universitarios de San Marcos, podían perfectamente desdoblarse en cualquier ciudad, en cualquier lugar, en cualquier alma latinoamericana de quienes, al final de los sesenta, estábamos envueltos por la certeza de que la utopía era posible. Zavalita es, paradójicamente, el retrato de un escepticismo, la certeza de una imposibilidad, pero por muchas razones expresa una mirada de futuro, una historia de rupturas y de interpelaciones.

Pero quizás Conversación en la Catedral fue más intensa para mí por su deslumbrante tratamiento literario, por el ejercicio creativo, por las palabras estallando, por los capítulos cruzados, por el complejo y fascinante rompecabezas en que cada parte de la obra planteaba una gran pregunta y otro y otra, a ser respondidas, como el anzuelo permanente que transformó en un círculo de ansiedades literarias su complejo diseño y su adictiva trama.

Mario Vargas Llosa ha ganado el Nobel. Lo merecía y el Nobel a él. Pero el premio no será el que defina la talla del gran escritor que es, simplemente es una ratificación. Borges que no lo recibió y es, qué duda cabe, el más grande de los creadores de la literatura castellana junto a Cervantes, lo prueba.

Si Zavalita por cien razones era un personaje con el que me identifiqué intensamente al mirar mi propia sociedad; Lalita, la de La Casa Verde, me enamoró de un modo único. La extraña historia de la joven ciega, su amor físico casi forzado y sentimental a la vez, narrado en unas pocas páginas en una novela aún más compleja en su construcción que la Conversación…, me sigue pareciendo uno de los trozos más enternecedores de la literatura latinoamericana, más aún en el contexto no exento de brutal cinismo de tantos de los personajes de la novela, en particular Fushia y sus interminables tránsitos por los ríos de la amazonia peruana.

Muchos plantean una curiosa lectura dicotómica entre el narrador, dramaturgo y crítico literario, y el ensayista político “derechista”, o el candidato derrotado en unas elecciones presidenciales. La calificación ideológica sobre Vargas Llosa pretende diferenciar uno del otro. Por el contrario es –¿cómo si no?- uno y el mismo.

Todavía recuerdo la primera entrevista que le hice en el programa De Cerca, allá por 1986. Era como sentarse frente al oráculo mayor de la literatura. Hoy, con algo de desencanto, entiendo mejor las posiciones en blanco y negro que con tanta frecuencia llevan al flamante Nobel a las afirmaciones irreductibles y sin matices que hace, discrepo más de una vez con sus lecturas teñidas de una pasión que lo enceguece, pero no puedo desconocer su profesión de fe en la filosofía política liberal, en aquella que defiende por encima de todo los valores democráticos más puros conceptualmente hablando. No es, a pesar de ello, el mérito mayor de su trabajo intelectual. Donde el narrador de ficciones toca los límites de la perfección es en el desentrañamiento de la literatura misma. Historia de un Deicidio es un trabajo magistral, no sólo sobre la obra literaria de García Márquez, sino sobre la condición creativa. La idea de que el narrador es un deicida y de que el alimento del hecho que se narra es la liberación de los demonios interiores del escritor, está trabajada con una certidumbre, la de quien entiende el acto mismo de escribir. En La Orgía Perpetua descubrimos el salto a la vida verdadera a través del erotismo, en esa Emma liberada de la mediocridad de la rutina. El fragmento magistral de Flaubert del amor gozado en el coche de caballos tiene casi un eco que renace más intenso si cabe, en las páginas de análisis de Vargas Llosa. Arguedas, (José María) que había sido motivo de un ensayo corto con el extraordinario título de Entre Sapos y Halcones, se convierte en La Utopía Arcaica en un camino guiado por el pensamiento indigenista peruano del siglo XX, texto imprescindible para entender nuestras pulsiones más profundas y para explicar mucho de esa teoría aplicada de modo delirante en la Bolivia de hoy.

Mario Vargas Llosa a quien tanto admiré como autor en mi juventud, es hoy premio Nobel de literatura y está –entre tantos más-- al lado de Octavio Paz, otro extraordinario orfebre de nuestra lengua. Hoy, con nostalgia, miro al escritor con más distancia y menos vínculo emotivo con él y con su literatura, pero sigo atrapado por su genialidad. Por eso se le pueden perdonar obras menores, es que ha escrito algunas novelas de un tamaño gigantesco y ensayos que son piezas antológicas de una crítica alejada de amaneramientos peligrosos o de métodos que acaban traicionando la esencia del acto mismo de hacer literatura.

Cuando pasen los años, las estúpidas pasiones políticas se hundirán rendidas ante la evidencia del genio creador, que es aquí de lo que se trata. El autor fue Presidente de la República de Bolivia

cientos si no miles de artículos se han escrito sobre Vargas Llosa destacaremos algunos como el de Hugo Caligaris publicado por La Nación de Bs.As.

Mario Vargas Llosa tenía 27 años y ya había escrito la colección de cuentos de Los jefes y la revolucionaria novela La ciudad y los perroscuando su amigo el escritor y diplomático chileno Jorge Edwards lo llevó, en París, al estreno de Ocho y medio , de Federico Fellini. No le gustó. Demasiado desborde, mucha pasión un tanto fuera de control y, sobre todo, carencia de medida y molde. Cuenta Edwards que no hubo forma de convencerlo. No quería saber nada con esos experimentos, y tampoco con los de Godard y los de Bergman. Se divertía locamente, en cambio, con las películas norteamericanas de vaqueros de los años 40 y 50.

Cuando Vargas Llosa habla de sus novelistas favoritos, siempre menciona en primer término a los maestros del siglo XIX, comenzando por Flaubert y Balzac, pero sin desdeñar a otros más identificados con la literatura popular, como su amado Alejandro Dumas. Cuando era joven, en parte por el deseo de escandalizar y en parte porque lo creía realmente, sostuvo que las novelas de caballeros andantes al estilo de Tirante el Blanco eran más creativas que elQuijote : unas creaban un mundo perfecto, que funcionaba con sus propias reglas; la obra de Cervantes sólo lo disolvía con sus burlas.

Estas inclinaciones y gustos pueden servir para comprender a qué clase de artistas pertenece por constitución y carácter el flamante premio Nobel de Literatura. Aunque está dotado de un talento para la narración de tal tamaño que hace que la envidia se transforme en tiña en quienes lo critican, Vargas Llosa es un escritor que observa con bastante fidelidad las normas del género y que pasa por el filtro de la razón todos los ingredientes de sus historias. Además, jamás se da descanso cuando crea.

"La verdad es que la bohemia me aburre y me destroza. La que viví en Lima tuvo sus frutos, pero en general me parece empobrecedora", ha dicho para explicar por qué prefiere el trabajo parejo a los ataques irregulares de la inspiración. El escritor canarino Juan José Armas Marcelo dice que en los años 70 invitó a Vargas Llosa a visitarlo en Las Palmas, y que la idea era darse la gran fiesta entre amigos. "Comenzamos la juerga con una cena china, con muchos tragos, junto a la Playa de las Canteras. Pero a las 12, como si fuera la Cenicienta, Vargas Llosa se levantó de la mesa y me pidió que lo llevara al hotel. ?Mañana tengo que escribir ocho horas´, me dijo, para mi asombro. Al regreso a la juerga en Las Canteras, le dije a Carlos Barral lo que había pasado. ´Sí, sí -contestó el poeta catalán a las carcajadas-, Mario es el único escritor que conozco que trabaja como un obrero y vive como un burgués´."

Para el chileno José Donoso, durante el boom latinoamericano de los años 60 Vargas Llosa había sido "el primero de la clase". Suena, tal vez, un poco irónica la metáfora escolar, pero hay bastante asombro en ella: gracias a aquella disciplina de estudiante perfecto, el peruano ya tenía escritas a los treinta y pocos años tres novelas que no se pueden calificar sino de magistrales: La ciudad y los perros , La casa verde y Conversación en La Catedral .

"Me hubiera gustado ser uno de esos novelistas del siglo XIX, que competían con Dios de igual a igual a la hora de crear mundos. Fue un momento privilegiado de la historia de la novela. Si tuviera que quedarme con una época, me quedaría con la de Tolstoi, de Dostoievsky, de Balzac, de Dickens, de Melville. Eso no quiere decir que haya que escribir novelas a la manera del siglo XIX, sino imitar esa gran ambición novelesca de las grandes catedrales del género. En algunos de mis libros he sentido que trataba de emularlos. En La fiesta del Chivo , por supuesto, y también en La guerra del fin del mundo . En esta actitud hay algo ingenuo: pensar que se lo puede contar todo, que se puede construir un universo tan complejo y tan amplio como el humano. Pero, al mismo tiempo, de esa ingenuidad resultó esta literatura tan deslumbrante, tan extraordinaria", dijo aquí en el 2000, cuando vino a presentar su libro sobre el dictador dominicano Rafael Trujillo. Toda una toma de posición, una definición de su arte narrativo.

El crítico literario peruano José Miguel Oviedo estudió a fondo la obra del novelista y al propio novelista, y también subraya la "tendencia al orden y a la nitidez" de su diseño expresivo como contrapeso a la pasión "desbordante y contagiosa" que pone en su tarea. "Sus historias tienen un complejo tramado sinfónico de tonos, ambientes, tiempos y peripecias, pero ese abigarramiento se resuelve siempre según un orden riguroso y casi maniático, en el que cada cosa encuentra su lugar para que el aparente caos adopte una figura precisa", dice.

Riguroso. Casi maniático. Vargas Llosa trabaja con materiales que le resultan cercanos, paisajes, personajes e historias, los separa en sus partes, los mide y los pesa, calcula hasta el milímetro el modo de reunirlos y construye con ellos un mundo que es a la vez real y diferente. Julia Urquidi, con quien estuvo casado, es y no es el personaje de La tía Julia y el escribidor. Las visitadoras de Pantaleón y los burdeles de Piura en La casa verde también pasaron por el laboratorio físico y químico del autor. Siguen pareciendo muy reales pero son, de una manera u otra, también ficticios.

Lo que Vargas ha dicho de la cantante y autora peruana Chabuca Granda, la autora de "La piel de la canela", se le podría aplicar perfectamente a él mismo: "A Chabuca le pasó lo mejor que puede pasarle a un artista. El mundo que inventó en sus canciones sustituyó al Perú real y es a través de aquél como imaginan y sueñan la realidad peruana millones de personas que nunca han puesto los pies en mi país".

Dentro de la ley, de la razón y el orden, no hay nada que Vargas Llosa no pueda hacer con la palabra. Cuando deja escapar lo irracional (su defensa de las corridas de toros, las tortuosidades eróticas de Los cuadernos de don Rigoberto y Travesuras de la niña mala ), lo hace por pura coherencia lógica, para darle un espacio determinado a las facetas menos claras de su mente. En su obra, difícilmente Vargas Llosa da saltos al vacío, esas carreras ciegas que llevan excepcionalmente al creador a lo sublime pero que con frecuencia muchísimo mayor hacen que se despeñe contra el piso.

Poner el cuerpo

El dominio alucinante que tiene sobre su medio expresivo y su tendencia a trabajar sobre un programa podrían haber hecho de él un escritor perfecto pero frío si no hubiera sido por su característica más polémica: la de poner el cuerpo siempre. En primer lugar, en la exposición de su vida íntima. La conflictiva relación con su padre, a quien creyó muerto hasta cumplir los diez años; el casamiento con su tía, en 1955, la posterior separación y la unión con su prima Patricia, en 1965, dieron siempre alimento a sus ficciones. Se abstuvo, en cambio, de usar otros episodios, como la célebre trompada que le aplicó en 1976 al colombiano García Márquez o bien por discrepancias doctrinarias o bien porque Gabo intentó seducir a Patricia. Pero no pudo evitar que el jamás aclarado episodio corriera por el mundo convertido en una suerte de novela no escrita.

En segundo lugar, Vargas Llosa puso su cuerpo en la política. De pocos escritores se puede decir que se hayan expuesto tanto en este campo. Dando una vuelta de tuerca a aquel hermoso verso de Machado sobre la segunda inocencia que da en no creer en nada, Vargas pasó con la misma pasión de la izquierda irrestricta a la derecha sin censura cuando se dio cuenta de que algo malo ocurría con un Fidel Castro que encarcelaba al poeta Heberto Padilla, en 1971.

Nunca llegó tan lejos como en 1990, cuando intentó llevar su sentido del compromiso a las urnas. Cualquiera que haya estado en esa campaña presidencial peruana se ha formado para siempre una idea de lo mal que se llevan el lirismo de un político novel, las reglas del marketing, los jingles que transforman a los candidatos en dentífricos y la percepción popular acerca de si esos candidatos tienen o no tienen las condiciones mínimas para tomar las riendas de sus asuntos. Era evidente que alguien sin escrúpulos dejaría al gran hombre en ridículo. Y ese alguien fue Alberto Fujimori.

"Cuando Vargas Llosa decidió presentarse a las elecciones para la presidencia de Perú, algunos dimos un salto de puro sobresalto. Ibamos a perder quizá, por Dios sabe cuánto tiempo, a uno de nuestros novelistas más imprescindibles en los zarandeos de una disputa política en la que partía con la desventaja de su honradez. Sin duda, sería blanco de todo tipo de malentendidos y maledicencias e incluso era probable que hubiera riesgos para su vida. Era difícil de aceptar, incluso de entender. Recuerdo que, durante un almuerzo en un restaurante madrileño, Octavio Paz me llevó a un lado para decirme, muy serio: ´Fernando, hay que quitárselo de la cabeza...´ Yo me eché a reír: ´Hombre, no querrás que hagamos campaña contra su campaña...´", contó años más tarde el filósofo Fernando Savater.

Y, sin embargo, tal vez sean precisamente esas "locuras" las que hacen de Vargas Llosa el escritor que es. Es común que se diga de él: "Me gusta su obra, pero no lo que dice o lo que piensa", pero quizá no sea posible separar los dos términos: sin la intensidad con que se compromete, sin sus desplantes y sus declaraciones, tal vez la obra no hubiera sido lo que, afortunadamente, ha sido.

En 2005, con casi 70 años y toda la gloria encima, quiso ver con sus propios ojos lo que ocurría en Gaza, para contarlo en una serie de artículos. Sus elogios a Margaret Thatcher y, más aún, al premier italiano Silvio Berlusconi, en nombre de un liberalismo a granel, le valieron no pocos reproches. Incluso agravios, para ser más precisos. En 2008, durante su visita a la Argentina, un grupo de manifestantes apedreó el ómnibus en el que viajaba Vargas Llosa rumbo a un seminario organizado por la Fundación Libertad. A comienzos de este año, fue abucheado en Chile en la inauguración del Museo de la Memoria, cuando respaldó al todavía candidato Sebastián Piñera. Sus opiniones no tienen fronteras ni términos medios: "Cristina Fernández es un desastre total", dijo hace un año.

Pero, equivocado o no, a él no le alcanza con opinar bajito. Se siente como aquel pez en el agua que le dio título a su libro de memorias. Se cree con derecho a zambullirse de lleno en la corriente. Al fin y al cabo, serán ésos los ruidos que se llevará al gabinete para convertirlos más tarde o más temprano en novelas que están fuera del tiempo.

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