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viernes, 4 de enero de 2013

Ni Reyes ni Magos titula Pedro Shimose la próxima celebración cristiana de todo el orbe aunque a la par que se afirma la existencia histórica de Jesús de Nazaret, algunas circunstancias están siendo precisadas a la luz de los hechos y del espíritu de los mismos


Ya no hay dudas respecto a la existencia histórica de Jesús de Nazaret, nacido en Belén, en tiempos del rey Herodes el Grande. Las vagas alusiones de su nacimiento en algunos textos de los historiadores latinos Suetonio y Tácito son refrendadas por las certezas contenidas en las Epístolas de San Pablo, los Evangelios, las Antigüedades judaicas del historiador Flavio Josefo y los Manuscritos del Mar Muerto hallados en Qumran (Cisjordania, Palestina, entre 1947 y 1956). También sabemos que no nació un 25 de diciembre del año 1 de nuestra era. No se ha podido precisar el año, pero el papa Benedicto XVI sostiene que nació entre 4 o 7 años antes de Cristo, aunque parezca una broma decirlo. Existe otra contradicción respecto al 6 de enero que cada año celebramos como la adoración de los Reyes Magos a Jesús recién nacido.
Tal despiole de fechas se explica por los cambios de calendarios, desde el judío hasta el católico gregoriano del año 582, pasando por el juliano/romano. Tales reformas trastocaron la cronología de los acontecimientos del mundo conocido hasta entonces. La Iglesia cristiana oriental celebró el 6 de enero como el día del nacimiento de Jesús para contrarrestar los cultos de origen egipcio que coincidían con esta fecha. En la actualidad celebramos el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre porque los papas Julio I (350 d.C.) y Liberio (354 d.C.) resolvieron trasladar –con intención digamos apostólica– la fecha del 6 de enero al 25 de diciembre para regenerar la fiesta pagana del solsticio de invierno que, en tiempos de la decadencia romana, se había convertido en un desmadre padre, bajo el pretexto de rendir culto al dios Baco, origen de la palabra ‘bacanal’.
En cuanto a los Reyes Magos, ni eran reyes ni magos, ni tres. Al parecer fueron más, pero la tradición ha querido que coincidieran con el misterio de la Santísima Trinidad y, de paso, fueran símbolo de las tres etnias y de los tres continentes entonces conocidos: Europa, Asia y África. Los evangelios hablan de los Magos de Oriente. En la antigüedad, la palabra griega ‘magos’ significaba muchas cosas positivas y negativas. Los magos eran –en sentido positivo– filósofos, es decir, hombres sabios dotados de amplios conocimientos matemáticos, alquímicos, medicinales, geográficos, históricos, teológicos y astronómicos. Los Magos de Oriente de la tradición bíblica viajaron guiados por la estrella de Belén. Constituyen una metáfora: la razón camina, iluminada por la fe, en busca de Dios. Madrid, 04/01/13