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sábado, 13 de febrero de 2016

Rubén Darío grande entre los grandes poetas de la humanidad, "noobtuvo el Nobel porquelos suecos no lo conocían", asegura Pedro Shimose quién escribe cuando se cumplen 100 años de la muerte del mayor nicaraguense de todos los tiempos. la Radio y TV de España le ha dedicado sentidos homenajes.

Hace seis días, recordamos el centenario de la muerte de Rubén Darío (Metapa, Nicaragua, 18.01.1867 – León, Nicaragua, 06.02.1916), celebérrimo poeta de Iberoamérica, tan famoso como Martí, Borges, Neruda y Octavio Paz, y tan importante como los menos famosos Ricardo Jaimes Freyre, Leopoldo Lugones, Vicente Huidobro y César Vallejo, por ejemplo. Si el jurado del Premio Nobel –estrenado en 1901 con el poeta francés Sully Pruddhomme– hubiese tenido mejor información sobre las letras en lengua española, no le habría otorgado el premio de 1904 al economista, político y dramaturgo español José Echegaray, sino al poeta, periodista y diplomático nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento, más conocido como Rubén Darío. Entre los años 1888, fecha de publicación de Azul, y 1905, cuando publica Cantos de vida y esperanza, Darío era ya, sin discusión, el poeta más innovador e influyente de la literatura en español, pero los suecos no se enteraron.

Darío era el poeta de los grandes silencios y las hondas melancolías, con unas manos tan bellas “que él creía de marqués, en su esnobismo plebeyo, y que eran más bien las de un obispo cortesano”, al decir de Vargas Vila, que también le encuentra “una extraña semejanza física” con Beethoven. Según el autor colombiano, Darío vivía con decoro, con dignidad, de sus artículos publicados en La Nación, de Buenos Aires. “Darío no fue nunca –dice Vargas Vila, que lo conoció y trató en sus días de gloria y decadencia– el bohemio profesional que muchos se gozan en pintar; era serio, era meditativo, era honesto; (…) si hubiera sido adinerado, habría sido el más espléndido de los anfitriones; amaba los ricos manjares y (como Rossini, Dumas padre, el español Álvaro Cunqueiro y el cubano Gastón Baquero, añado yo) gozaba en preparar algunos con sus propias manos, alardeando de sus conocimientos en el arte de Brillat-Savarin”.
Parco en palabras, “sabía escuchar, defendía a sus amigos y no hablaba mal de nadie, ni aun de aquellos que le habían hecho mayor mal”. Su paso por la diplomacia, representando primero a Colombia y a su país, después, fue esporádico y problemático. En realidad, fueron hechos fortuitos. Hay una foto muy conocida de Darío, vestido de librea y entorchados del uniforme diplomático, pero ese, el de la foto, no era él. Darío disfrutaba del mundo y sus placeres, pero más disfrutaba de su inmensa soledad, a pesar de estar rodeado de una corte de aduladores que no le dejaban vivir. Sus debilidades fueron el alcohol, las mujeres y el terror de saberse mortal. Su frase recurrente: “Tengo sed”. Murió a los 49 años, dejando una obra imperecedera. // Madrid, 12.02.2016