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viernes, 24 de julio de 2015

Horacio vivía a pocas cuadras de mi vivienda Ingavi, esquina Bustillos y su voz se hizo popular en la radio potosina. pronto cambió a La Paz y según lo destaca Pedro Shimose ayudó en la fundación de PRESENCIA, el gran diario católico hoy desaparecido. Horacio cubría noticias del Palacio y el Dr. Paz le llegó a tener aprecio, compartían el hobby de la fotografía y se saludaban con gran cordialidad.

Ha muerto un gran periodista, un testigo de la historia boliviana de los últimos 65 años, un amigo potosino nacido en Sucre. Y no es broma; decidió ser potosino porque le dio la real gana y porque sostenía que en esa Villa Imperial, él había ‘nacido’ como ser humano. Allí transcurrieron su infancia y adolescencia. Horacio Alcázar (Sucre, 10.10.1930 – Santa Cruz de la Sierra, 15.07.2015) ha muerto a los 85 años, consciente de haber vivido una época interesante: guerras, revoluciones sociales, guerrillas, Concilio Vaticano II, hazañas aeroespaciales, el fin del colonialismo, la constitución de la Unión Europea, la desintegración de la URSS, la transición de China comunista al capitalismo, las innovaciones tecnológicas, cibernéticas, informáticas y todo lo que vino después y nos cambió la vida. 

Horacio dominó los secretos del periodismo radiofónico, escrito, fotográfico y digital. Contribuyó a fundar diarios (Presencia, en La Paz, y El Mundo, en Santa Cruz) y fundó empresas comerciales (Fotopress, Publipress). Perseguido por la dictadura banzerista, vivió exiliado en Buenos Aires. Amnistiado, volvió a la patria, pero su vida estaba rota. Aceptó su destino con resignación cristiana y reconstruyó su existencia con dignidad y fortaleza. Era un periodista de pura cepa: creativo, culto y entusiasta. Sus grandes virtudes fueron la modestia, la mesura y la discreción. Como jefe, pasaba inadvertido. ¡Jamás abusó ni hizo ostentación de su autoridad! ¡Jamás elevó el tono de voz! ¡Jamás censuró en público a sus subalternos! Cuando nos equivocábamos al escribir una crónica o al titular una noticia o cuando “pisábamos el palito”, al fiarnos de una fuente falsa, Horacio nos tiraba de las orejas mediante notas pinchadas en el tablero de redacción, en una sección titulada La picota del escarnio. En aquel ambiente y una vez cerrada la edición –pasada la medianoche– realizábamos sesiones de autocrítica, entre tragos, chismes y guitarreadas que, a veces, terminaban como el rosario de la aurora. Sin embargo, a las 10 de la mañana, Horacio estaba al pie del cañón: leído nuestro propio diario, examinados los periódicos de la competencia y dispuesto a planificar la nueva jornada. 

Cuando murió abatido por el cáncer, el cielo cruceño estaba encapotado, hacía frío y el surazo arrastraba el lamento de quienes le amaban y respetaban. Ahora que su cuerpo ha descendido al fondo de la tierra, solo cabe rezar una oración en su memoria y recordarlo como un periodista valiente cuando se trataba de defender sus ideales democráticos, siempre unidos a los combates por la libertad. // Madrid, 24.07.2015.