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martes, 27 de septiembre de 2011

conmovedor, tierno y sentido homenaje de Alfonso Gumucio a su entrañable amigo Renato Prada quién fuera mi profesor de filosofía en la U. Católica fallecido en México hace poco








En 1969 fue el primer escritor boliviano que obtuvo el prestigioso Premio Casa de las Américas, por su novela Los fundadores de alba. El libro ganó ese mismo año el Premio Nacional de Novela Erich Guttentag en Bolivia, consagrando a Renato Prada Oropeza como uno de los principales narradores de su generación.


Alejo Carpentier, el gran escritor cubano, dijo en nombre del jurado del Premio Casa de las Américas: “El jurado de novela hubo de considerar, este año, numerosas obras enviadas al concurso. Pronto, la atención de los jurados se fijó en el texto de Los fundadores del alba. Era evidente que enLos fundadores del alba un tema nuevo irrumpía en el epos de la novela latinoamericana: el tema de las guerrillas revolucionarias -en este caso, de las guerrillas bolivianas, dramáticamente actualizadas ante la expectación mundial, aunque en fecha todavía reciente, por el extraordinario documento histórico que es el Diario del comandante Ernesto Che Guevara. El propósito era interesante en extremo, aunque bien sabíamos que en literatura no bastan buenos propósitos para hacer obra buena. La lectura y relectura del manuscrito entero no tardó en convencernos, sin embargo, que nos hallábamos ante una obra de muy alta calidad, enriquecida por grandes aciertos de factura”.



Lo interesante es que Renato empezó a escribir la novela antes de que se supiera que el Ché estaba en la guerrilla boliviana.


Otro miembro del jurado, Mario Vargas Llosa, escribió: “Era fácil caer en la demagogia estilística y en el maniqueísmo al abordar un tema como el de las guerrillas, pero el autor, pienso, ha sorteado bien esas tentaciones, esforzándose por mostrar las motivaciones y convicciones íntimas de todos los personajes, de una manera objetiva y equilibrada”.


Si Renato hubiera empezado a publicar unos pocos años antes, sin duda hubiese sido considerado parte del “boom” de la literatura latinoamericana junto a los dos grandes autores citados anteriormente, y a muchos otros de esa generación.


De esa época, siento especial preferencia o debilidad por Ya nadie espera al hombre, que obtuvo en 1968 el Premio Nacional de Cuento Edmundo Camargo. Los cuentos de ese libro impactaron a mi generación.



Lovaina, 1972

Lo que vino después es una carrera literaria y de investigación muy sólida que llevó a Renato Prada de Cochabamba a Roma (donde completó un doctorado en filosofía en 1972), de Italia a Lovaina (donde hizo un doctorado en lingüística en 1976), y de Bélgica a Xalapa, México, donde fue durante 35 años investigador y profesor en la Universidad Veracruzana y en la Universidad Autónoma de Puebla.


Un itinerario de más de 40 años a través de 30 obras publicadas: 5 novelas, 8 libros de cuentos, 2 poemarios, 15 estudios sobre teoría literaria, además de muchos ensayos breves, cuentos dispersos en revistas y antologías, traducciones, ponencias y conferencias magistrales en evento, y guiones de cine para su hijo Fabrizio. La lista de premios y distinciones recibidas es también amplia. Todo eso está en su página web, desde donde nos mira fijamente a los ojos.




Alfonso Gumucio y Renato Prada, 1972


Para volver a encontrar el inicio de mi amistad con Renato tengo que perderme en el pasado, y sumar sin pudor unas cuatro décadas. Conservo unas fotos en blanco y negro que nos tomamos en su casa en Heverlee, en las afueras de Lovaina, Bélgica, cuando lo visité en noviembre de 1972. Las dedicatorias que conservo en sus libros son testimonio de otros encuentros en otras latitudes.


En mi primer libro, Provocaciones (1977) incluí una conversación en la que Renato habló de su temprana vocación literaria: “Había leído más de diez veces Martín Fierro, y era el libro que me gustaba más. Impresionado por la novela fácil de Hugo Wast, por ejemplo Miriam la conspiradora, empecé a escribir una novela. Creo que llegué a las cien páginas, pero lamentablemente no se concretó; seguramente no tenía ningún valor literario, pero por lo menos un valor sentimental para mí. Esto pasó cuando tenía aproximadamente doce o trece años, lo recuerdo bien porque escribí durante toda una vacación de invierno y pensaba terminar la novela para la vacación final, pero se me olvidó como tantos otros proyectos.”


Se refirió también a la presencia permanente de la muerte en su narrativa: “Es un denominador común en casi toda mi obra porque pienso que la muerte es una constante del hombre. Si hablo en este instante es porque defiendo una actitud de cara a la muerte. En cuanto a las otras preocupaciones, son las que nos distraen de la idea de la muerte, que es la esencial. No quiero decir que debamos andar vestidos de negro pensando en que la vida ya no tiene solución, sino que lo importante es jugar el juego de la vida con sus limitaciones, luchando por el ordenamiento de la sociedad, la justicia social radical, etc. Una forma de luchar contra esta amenaza individual que es la muerte es unirse en sociedad.”



Renato Prada en Xalapa, Veracruz, en 1982

Cuando le pregunté cómo quería que su obra fuera valorada expresó: “Yo quisiera que mi aporte, al lado del de otros escritores, fuera fundar una narrativa boliviana con caracteres universales, a partir de una temática nacional, pero con un lenguaje que sea comprensible a cualquier hombre.”


Diez años después de aquellas fotos borrosas de Lovaina, en 1982, fotografié de nuevo a Renato en Xalapa, México, y una de esas fotos mexicanas fue la que escogí para incluirlo en la serie de 50 retratos de escritores, artistas y políticos que exhibí en La Paz y Cochabamba el año 1990, con el título “Retrato Hablado”.



Renato Prada Oropeza en la UNAM, México, en 2009

Tantas idas y venidas, como dice la cueca, y volvimos a coincidir en México en 2009. En ocasión de una conferencia que dio en la Universidad Nacional Autónoma de México, lo fotografié esta vez con el telón de fondo del edificio de la biblioteca de la UNAM, completamente cubierta por un mural en mosaico de Juan O’Gorman.


El 30 de junio vino a casa y su visita quedó plasmada en una foto delante de un cuadro de Raúl Lara, (quien falleció hace pocas semanas). Ese día nos dejó una nota hermosa, unos versos: “Los dedos de la lluvia / –inocentes y tiernos- / tamborilean en los cristales / en la amplia y acogedora sala / desde el marco de un cuadro / nos escruta el rostro severo de Van Gogh / la ternura de Katy / la siempre fiel amistad de Moro / todo me cobija con el nido de la amistad / Esa escena con cuatro actores / quedará en mi memoria / como un tiempo que vence / al tiempo”.


Renato hizo la mayor parte de su vida literaria y académica fuera de Bolivia, como les ha tocado a otros escritores bolivianos que han encontrado fuera del país las oportunidades de investigar, escribir y publicar que nunca tuvieron en Bolivia. Nuestro país no es generoso con la cultura y el arte, y no es agradecido con sus grandes artistas e intelectuales. Tantos son los que de haber tomado la decisión de dejar el país, se hubieran salvado del olvido.


Todo Lo anterior importa porque Renato Prada Oropeza, amante de la literatura y del cine, amigo entrañable, nos ha dejado. Murió en Puebla, México, el viernes 10 de septiembre, rodeado por Elda, su esposa durante 45 años, y sus hijos Ingmar el científico, Fabrizio el cineasta e Ixchel la artista creativa, quien llegó urgentemente desde Londres. Apenas sintió su mano, Renato supo que estaba completo, dejó rodar una lágrima y se fue en paz. (En la transcripción se alteró el orden de las imágenes por lo que pedimos mil disculpas. El texto completo y las fotos en orden se pueden ver en: http://boliviaprimeraplana.blogspot.com,  (Bitácora Memoriosa)