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viernes, 17 de abril de 2015

Marcelo Ostria en forma poética se refiere a la ínclitaTarija, a las que cantaron tantos bades, es que siendo dilecta tierra de Bolivia, se destaca por su carácter, su entrega su belleza y su alegría.

Para algunos Tarija es un lugar ignoto, perdido y encerrado en un valle, casi en “un jardín sonriente”; para los nacidos allí, es una madre que, aun a lo lejos, nos cobija y nos llama. Para otros es fuego en el corazón que enciende recuerdos, fábulas e imágenes irrepetibles.
Tarija es el verso–cancionero, de Octavio Campero, verbo encendido de Alfaro, y candor de Robertito Echazú.
Tarija es la que lleva en sus faldas un río que, en las crecidas, baja “más macho que nunca” y que, pechando todo, se aleja dejando plegarias y esperanzas fallidas.
¿Tarija es solo una ciudad? Sí, es una ciudad; la que crece con amenazas e inquietudes.
Es, también, un sentimiento compartido que mueve hasta las lágrimas por gozo y por pena, por presencia y por ausencias.
Tarija siempre se reinventa. Nacen tradiciones y sepulta recuerdos. Es actual y sempiterna.  Es tránsito a la felicidad y pozo de añoranzas, y aun de tristezas.
Tarija  es única. Es tozudamente humana y siempre abriga quimeras. En su regazo, los que nos antecedieron, saben de su eternidad y de su espíritu que no se encierra en las calles ni en las avenidas. Saben, también, que Tarija es amor sin límites y pasión desmedida.
¡Cómo, a lo lejos, se extraña la tierra tarijeña