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lunes, 17 de diciembre de 2012

de la visita que realizara Gastón Cornejo a Sevilla la inmortal nos deja esta hermosa prosa sobre su historia, sus poetas, sus reliquias

Alejarse temporalmente del acontecer político es una buena terapéutica de sana inteligencia cuando la borrasca de las vergüenzas inunda el espíritu. Por ello decidí visitar bien acompañado, Granada y Sevilla de Andalucía en España.

Granada es la cuna de la noble poesía de San Juan de la Cruz, la inmortal de Federico García Lorca, el Amor brujo de Manuel de Falla, la gitanería en el Sacro Monte, el baile gitano de aplauso, taconeo y bordón de guitarra flamenca, las tumbas de Isabel y Fernando, de Juana enloquecida y Felipe el hermoso en la capilla real, el lar de Mariana Pineda bordando la bandera de la libertad y fusilada por orden de Fernando de Aragón, el viento que levanta los vestidos de Preciosa, los cuentos de Washington Irving, la plaza de toros a las cinco de la tarde, el patio de los leones, la fuente de los reyes, el río de la casada infiel, y los mulos de San Pedro cargados de girasoles.

Todo es transparencia, blancura en las viviendas, eclosión de vertientes cristalinas, arrullo de palomas, murmullo en las acequias, olor a pasto y albahaca, belleza moruna de antiguas dinastías nazaríes. Ciudad blanca, llena de cedros, cinamomos, fuentes, pinos y oteros. Granada donde el agua es pasión y es agonía, al decir del poeta granadino. -“En Granada hay musgo en sombra y trino de ruiseñor que manan las viejas colinas junto a la hoguera de azafranes, grises profundos y rosa de papel secante que son los muros de la Alhambra”.

Granada romana, judía, morisca, gitana, “vivas e insobornables en su misma ignorancia”, la capital del reino árabe conquistada por los católicos después de 800 años, entrenada el mismo año en su victoria para la conquista de América. 

Granada tiene su Alhambra majestuosa, engastada de mágicas figuras de revestimientos deslumbrantes, en sus techos, paredes, columnas, celosías y ventanas, y la multiplicada escritura arabesca en todas sus murallas: ¡Sólo Alá es el vencedor! En cambio, la Granada pétrea de Carlos V, con su palacio renacentista de piedra picada, gigante y absurda, grotesco esperpento comparado con la obra mágica de los reyes árabes; seco y frío como fue el espíritu medieval de los castellanos de ese tiempo, violenta e inquisitorial como fue el gesto de los 165 soldados asesinos en Cajamarca aprisionando al Inca. 

Caravanas de turistas de alma fría recorren Granada, miran el Sacro Monte, el Albaicín, las torres de la Alhambra, la mole fantástica de la catedral, grupos ajenos de mirada absorta que los granadinos llaman “los tíos turistas”, para esos Federico dice que no está abierta el alma de Granada. 

De retorno a mi ciudad, encuentro una visión inversa: bosque anárquico de cemento, construcciones multiplicadas de intrincada red amorfa, basurales y río infecto, pienso en las autoridades ignaras, irresponsables y ajenas a la belleza de Granada; caos, desorden, destripamiento de calles, apenas flores sobrevivientes. Prefiero volver a Federico para recitar muy quedo: ¿Si el azul es un ensueño, qué será de la inocencia? ¿Qué será del corazón, si el Amor no tiene flechas? ¿Y si la muerte es la muerte, qué será de los poetas y de las cosas dormidas que ya nadie las recuerda? ¡Oh sol de las esperanzas! ¡Agua clara! ¡Luna nueva! ¡Corazones de los niños! ¡Almas rudas de las piedras! Hoy siento en el corazón un vago temblor de estrellas y todas las rosas son tan blancas como mi pena”.