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jueves, 12 de agosto de 2010

Guillermo Bedregal con expresivo verbo se refiere a la personalidad de Abecia Baldivieso y destaca el rol del intelecto.

Intelectuales, poder y cuestión nacional
In Memoriam de Valentín Abecia Baldivieso


¿Cuál es la respuesta al viejo asunto de la vinculación de los intelectuales con el poder? ¿Entre la intelligentsia pragmática y la intelligentsia crítica existe alguna distinción en función del Estado y su poder?

El pensador estadounidense C. Wright Mills habla de los intelectuales y dice que éstos se ocupan de “ideas, de recuerdos, de definiciones del presente y de imágenes de posibles futuros”. Éstos son científicos, artistas, sacerdotes, profesores, periodistas, escritores y poetas. Representan el pensamiento humano, que forma parte del gran discurso de la razón y la indagación de la sensibilidad y la imaginación. Son constructores de la identidad del pueblo, acumulan su trabajo para resolver el tema de la cuestión nacional. Son, escribe Mills, “la memoria organizada de la humanidad”, y tal aparato cultural ha sido creado y sostenido por ellos.

Desde el nacimiento de Bolivia y aun en las postrimerías del régimen colonial, los intelectuales influyeron decisivamente en la estructura del poder y en la organización política. La tradición de la Universidad de Chuquisaca y otras, recogieron las viejas tareas de los intelectuales en la Historia de Occidente, para tener la motivación racional orientada a desmontar el coloniaje español.

Recordemos la experiencia de Platón en Siracusa, las relaciones de Aristóteles con Alejandro Magno; la de Hobbes y el rey inglés Carlos II ante la restauración de Milton y Cromwell. El poeta alemán Heine, que sirvió como ministro de Hacienda; los equipos de “cerebros” que alimentaron al presidente Roosevelt; los egg–heads en la época de Kennedy. Los intelectuales son analistas, mentores e ideólogos de gobernantes que buscan consejo, cooperación y valoran su opinión. Existen periodos de la historia en los cuales son reprimidos, perseguidos, encarcelados; torturados y asesinados, libros quemados. Recordemos la historia de EEUU en los años 50 en la época de McCarthy, el stalinismo, el hitlerismo. En Bolivia hubo largos periodos de dictadura, en especial desde 1964, cuando se encarcelan intelectuales, se asaltan bibliotecas, se expropian libros, se censuran periódicos, se organizan “cadenas” de información.

En este afán de encontrar la realidad de su propia identidad y la de su patria o “circunstancia” que les rodea y dentro de ello buscar la solución a la cuestión nacional, los intelectuales se plantean siempre una utopía, la necesidad de una sociedad mejor, no sólo en lo económico y social, sino sobre todo en lo humano. Humanismo e intelectualidad libres van siempre impulsados por valores éticos.

La utopía no es el planteamiento de una sociedad más racional. En este sentido, los intelectuales bolivianos del Chaco y de la Revolución Nacional son decisivos para pensar y ejecutar la transformación del país. Estos hombres de pensamiento y de acción soñaron con el triunfo de sus ideas modernizadas y la superación de la sociedad a través de nuevas estructuras de poder. Y esto último lo realizaron parcialmente con obstinación y brillantez. Se plantean sólidamente la cuestión del poder, y por esa vertiente avanzan firmemente a teorizar y practicar la dualidad de la Nación y la Democracia, para encontrar el Estado y procurar convertir poder en la herramienta de esos objetivos inacabados.

El poder para el intelectual, como es el caso de Carlos Montenegro, no tiene más signo que el socialismo inevitable, pero no fue móvil de dominio o de codicia. El poder literario de Nacionalismo y Coloniaje es un acto de conciencia; es como un tesoro de ira y sarcasmo contra un medio injusto, primitivo y sometido a la vez a una hermosa ilusión.

Ex canciller, ex parlamentario
Guillermo Bedregal Gutiérrez

lunes, 9 de agosto de 2010

al sentido homenaje de Shimose se suma Alcides Pareja que relieva la personalidad de José A. Mesa fallecido hace pocas semanas.

José de Mesa. In memoriam

Alcides Parejas Moreno*
(Aparece en el suplemento Fondo Negro de La Prensa de LP)

La madrugada del viernes 23 de julio murió en La Paz, su ciudad natal, don José de Mesa Figueroa, uno de los personajes más representativos e importantes de la cultura boliviana de la segunda mitad del siglo XX.

José de Mesa estudió arquitectura en la Universidad Mayor de San Andrés. Junto a su esposa, la arquitecta Teresa Gisbert, viajaron a España a mediados de la década del 50, donde de la mano del legendario Diego Angulo Íñiguez hicieron la especialidad de Historia del Arte. A su regreso al país los dos jóvenes arquitectos iniciaron en forma sistemática y académica los estudios del arte en Bolivia. Además de los trabajos de investigación en archivos y en casi todos los lugares de nuestra inmensa y difícil geografía, José de Mesa se dedicó a la restauración de monumentos, a la docencia universitaria y a la administración pública. Estos trabajos no se limitaron a los límites del territorio boliviano sino que abarcaron el área andina latinoamericana. Su rica producción bibliográfica es fundamental no sólo para la historia de nuestro país sino de toda el área andina.

Gracias a los trabajos de investigación de José de Mesa (su figura no se puede desprender de la de su esposa Teresa, por lo que alguna vez escribí que “tanto monta, monta tanto, José como Teresa”) hay un cambio de actitud fundamental en la historia del país, pues a través de ellos los bolivianos nos miramos en el espejo y empezamos a conocernos. Tal vez al inicio no nos gustó la imagen que vimos reflejada o porque no era una imagen exclusivamente europea (para agradar a los europeizantes) o exclusivamente india (para conformar a los indigenistas), sino mestiza, es decir, una nueva cultura híbrida; sin embargo, poco a poco estos estudios influyeron para que nuestra autoestima —que estaba muy venida a menos— subiera considerablemente y empezáramos a sentirnos orgullosos de nuestro patrimonio. Él y Teresa fueron los que acuñaron el concepto de “barroco mestizo” que sintetiza la esencia de nuestra arte.

Conocí a José de Mesa en 1969, cuando cursaba el último año de carrera en la Universidad de Sevilla. Había sido invitado para dar un seminario sobre barroco mestizo. A mi regreso al país, en 1972, fue una de las personas que me tendió la mano y me ofreció su amistad con gran generosidad. Tuve el privilegio de conocerlo de cerca. Trabajé con él un par de años en Extensión Universitaria de la Universidad Mayor de San Andrés y luego compartí experiencias en la Sociedad Boliviana de Historia, la Academia Boliviana de Historia, la Academia Nacional de Ciencias, pero sobre todo en un entrañable grupos de amigos —el Chocolate de Abela— que se reunía (todavía se siguen reuniendo) semanalmente para oír la exposición de uno de los integrantes (o un invitado) sobre los más diversos temas, comentarla y finalmente tomar chocolate al filo de la medianoche.

José de Mesa era un hombre de una arrollante personalidad que a nadie dejaba indiferente. Tenía un saber enciclopédico, pero no era un saber de escaparate, sino que sabía las cosas a profundidad, sin despreciar el detalle que le daba a su sapiencia una característica muy especial. Era un apasionado conocedor u consumidor de música clásica y un tertuliador ameno, incisivo, irónico y a veces hiriente. Asimismo, enamorado como era de lo nuestro, fue un tremendo difusor de nuestra cultura; y para muestra un botón: recordemos la maravillosa exposición “El retorno de los ángeles” que visitó Estados Unidos y Europa.

José de Mesa murió después de una larga y penosa enfermedad. Su obra perdurará por siempre, a pesar que ahora nos quieren hacer creer que el mestizaje no existe y que la imagen que aprendimos a ver en el espejo, gracias a sus estudios, es falsa.

*Escritor cruceño

lunes, 2 de agosto de 2010

de los personajes del siglo número uno en letras y cultura y arquitectura José de Mesa recibe el homenaje de Pedro Shimose

sobre la vigorosa personalidad y la obra de José de Mesa escribe con pinceles dorados Pedro Shimose desde España

Devastadora, la enfermedad de Alzheimer aniquiló lentamente una de las mentes más prodigiosas de Bolivia. José de Mesa (La Paz, 30/03/1925–ídem, 23/07/2010) murió clínicamente de neumonía, pero este hombre vivía ausente de sí mismo desde hacía cuatro años. Colmado de honores, premios y condecoraciones, había sobrellevado durante diez años la indignidad de este mal degenerativo.

Se han escrito panegíricos y se han publicado declaraciones que hacen justicia a una vida fecunda, dedicada a la investigación, la enseñanza, la reflexión y la reinterpretación de nuestra historia, en general, y del arte andino, en particular. El estudio de los esposos Mesa, dedicado al arte boliviano en la Enciclopedia del Arte en América (vol. I, 1968), constituyó el inicio de una bibliografía impresionante: Escultura virreinal en Bolivia, 1972; Holguín y la pintura virreinal en Bolivia, 1977; Arquitectura andina, 1985; Museos de Bolivia, 1990; Monumentos de Bolivia, 1992, y El manierismo en los Andes, 2005, libros representativos de una obra inmensa, compendio de una paciente reelaboración de conferencias, artículos y ensayos publicados en revistas nacionales y extranjeras, a partir de 1956.

Hablar de José de Mesa es hablar de su esposa, Teresa Gisbert, arquitecta, historiadora, catedrática y crítica de arte. Es imposible disociarlos. Escribieron al alimón y publicaron, como coautores, una treintena de obras señeras en la historia del arte hispanoamericano. Decir los esposos Mesa es como decir los esposos Curie o los esposos Schumann. Recuerdo que recién llegado a La Paz, en mi época de estudiante universitario, yo oía hablar de “Pepe Mesa” (nadie lo llamaba José de Mesa) y de los “Espasa Mesa”, en alusión a la enciclopedia Espasa Calpe, pues el saber de la pareja Mesa–Gisbert era de veras enciclopédico (como autora independiente, Teresa Gisbert merece comentario aparte).

Arquitecto, urbanista, museógrafo, historiador, biógrafo, ensayista, crítico de arte, dibujante, conferenciante y catedrático, nadie mejor que sus discípulos para valorar sus cualidades como profesor. Marcela Inch, Pedro Querejazu, Gastón Gallardo y Alcides Parejas Moreno han puesto de relieve su vocación docente, sus valiosos estudios sobre el barroco mestizo americano, su aporte renovador a la historiografía boliviana, sus dotes de conversador “ameno, incisivo, irónico y, a veces, hiriente” y su reivindicación del carácter mestizo de nuestra cultura.

De sus dibujos y ensayos literarios se habla poco. Su novedoso Manual de Historia de Bolivia, de 1958, (escrito por él, Teresa Gisbert y Humberto Vázquez Machicado) incluyó unos dibujos originales de José de Mesa, de trazo ágil y vigoroso. Ellos contribuyeron, en parte, a la popularización del nuevo manual que barrió a los de Camacho y Giebel que por entonces leíamos en las escuelas y colegios.

Escribió muchos ensayos y biografías relacionados con la literatura: América en la obra de Cervantes (1966), Arzans de Orsúa y Vela, el historiador potosino del siglo XVII (1955) y José Joaquín de Mora (1956), por ejemplo. Excelente expositor, su erudición lo desbordaba. En 1996 lo vi por última vez. Presentó, entonces, la magna exposición El retorno de los ángeles, en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Su conferencia fue magistral, porque eso era él: un maestro.

apoyomails@gmail.com

Escritor
Pedro Shimose