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domingo, 24 de octubre de 2010

de Vargas Llosa se han dicho muchas cosas, aunque Tulio Demicheli lo considera "un paladín de la democracia" en ABC de Madrid

Dos hilos guían la evolución ética y política del novelista. El primero se inicia con una defensa sentimental de la guerrilla peruana de los 60 y de la Revolución de Sierra Maestra y conduce a un reconocimiento no menos sincero del liberalismo democrático. El segundo desciende de aquella pasión existencialista que finca su «axis mundi» en la figura de Jean Paul Sartre y, después de contradecirse en «la moral de los límites» de Albert Camus, se remansa en el pensamiento político del historiador de las ideas y filósofo Isaiah Berlin.
Sartre contra Camus. La polémica imaginaria que Vargas Llosa sostuvo consigo mismo entre el marxista Sartre y el humanista Camus se resolvía en la actitud que el creador debía asumir ante el poder. El político y el artista quieren, a su modo, «rehacer el mundo. El artista, por una obligación de su naturaleza conoce los límites que el espíritu histórico desconoce. He aquí por qué el fin del último es la tiranía y la pasión del primero es la libertad». Para Vargas Llosa, Camus era un crítico de «las revoluciones planificadas por la ideología, un rebelde cuyo pensamiento legitimaba moralmente el derecho del hombre a rebelarse contra la injusticia». ¿Qué diferencia hay entre revolución y rebelión? Para Camus, el revolucionario «es el que pone el hombre al servicio de la idea, el que está dispuesto a sacrificar el hombre que vive al que vendrá, el que se cree con el derecho de mentir y de matar en función del ideal». En cambio, «el rebelde —continúa Vargas Llosa— puede mentir y matar, pero sabe que no tiene el derecho de hacerlo y que, al hacerlo, amenaza su causa... Justifica los fines con los medios y hace de la política la consecuencia de una causa mayor: la moral».
Para el novelista, las grandes religiones políticas del siglo XX han producido horribles patologías como las dictaduras totalitarias y el terrorismo urbano y guerrillero. A lo largo de treinta años ha repudiado las dictaduras, ya fueran de derecha o de izquierda —de Argentina y Chile a Nicaragua— así como al totalitarismo burocrático comunista. Adonde quiera que haya habido un prisionero político se ha escuchado su voz.
La decepción cubana. Su idilio con la Revolución Cubana, que había sido recibida con gran esperanza, se rompió definitivamente cuando, a principios de los años 70, se perpetra el auto de fe contra el novelista y poeta Heberto Padilla, quien tuvo que «autocriticarse» ante la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, escándalo que significó la ruptura con el castrismo de los hermanos Goytisolo, Edwards, Juarroz, Semprún, Claudín, Tàpies, Valente, Marsé, Barral, Castellet, Bryce o Donoso.
Años más tarde, el derrocamiento de la dictadura Anastasio Somoza fue saludada con alborozo por los demócratas de todo el mundo. Los intelectuales occidentales también celebraron con alborozo el establecimiento de la dictadura sandinista, de orientación marxista y partido único. Vargas Llosa volvió a defender la democracia enfrentándose a la «intelligentzia» biempensante europea y norteamericana a la que le encantan las revoluciones en Hispanoamérica pero no en París ni en Nueva York.
México, Irak, Palestina. Pero sus polémicas intelectuales y políticas no sólo se han circunscrito a las dictaduras comunistas. En México, durante el encuentro internacional que organizó la revista «Vuelta» en 1990, el novelista contradijo al anfitrión —su gran amigo Octavio Paz, también premio Nobel— cuando afirmó que el régimen priísta había sido «una dictadura perfecta»... en pleno sexenio del penúltimo presidente del PRI, Carlos Salinas de Gortari. Tal fue el revuelo que causó que tuvo que abandonar el país.
Más recientemente, primero criticó la invasión de Irak porque consideró que no estaba justificada, pero al visitar personalmente Bagdad, rectificó; de la misma manera que, al producirse la segunda intifada, primero acusó a los palestinos de integrismo, pero cuando recorrió Gaza, señaló los pecados de Israel, sin importarle haber recibido allí las mayores distinciones, pues siempre ha defendido el derecho israelí a defender su Estado y su pueblo.
En fin, la suya siempre ha sido una voz incómoda que dice siempre lo que le dicta la conciencia en defensa de la libertad, pese a quien pese.