Vistas de página en total

viernes, 24 de febrero de 2012

Pedro Shime se refiere "al entierro de la sardina" y otras lindezas de las coplas evistas y los excesos oficialistas


Queridos coleguitas:
Carnestolendas es la abreviatura de ‘Dominica ante carnes tollendas’, locución latina que, en cristiano, quiere decir: “El domingo antes de quitar las carnes”, lo mismo que la palabra Carnaval, alteración de ‘carnelevare’, es decir, quitar la carne en el menú alimenticio de estos próximos 40 días y, si se puede, en el otro menú. Quiero deciros, hermanos pecadores, que “la Cuaresma ha llegado / con su color morado / y sus oraciones / contra las tentaciones”.
El Carnaval es uno de los ritos tradicionales del invierno europeo y uno de los desmadres tradicionales del verano sudamericano con aguacero, mosquitos y todo. El calendario lunar europeo coincidía con las fiestas lupercales celebradas en Roma, en honor de Luperco, dios romano cazador de lobos, macho protector de los rebaños de ovejas, convertido en fauno plurinacional, depredador de imillas y ministras que, según la musa oficial de hace unos días, “muy pícaro es” / pues “cambia de chica / en un dos por tres”. En cada lunación, los romanos rendían culto a la fertilidad, de ahí que durante las fiestas lupercales se diera rienda suelta a los instintos sexuales para que la demografía no decayese en el Estado plurinacional. Bailaban, gritaban, correteaban a muchachuelas pinganillas y reían, cantaban coplas licenciosas jaleadas por las feministas, bebían y disfrutaban de la mojazón, el brincoteo y la chupandina.
Los romanos, que eran muy suyos, inmolaban corderos y perros; luego se cubrían con las pieles desolladas y corrían disfrazados entre balidos, ladridos, aullidos, azotando a las peladas con el matasuegras en una mano y globos rellenos de agua teñida, en la otra. A todo esto llegó el papa Gelasio I que condenó, en el año 494, todos estos desmanes carnavaleros, por pecaminosos; pero como somos desobedientes, no le dimos mucha bola. Han pasado más de 1.500 años y no cabe duda de que algo hemos cambiado. Ahora ya nadie mata perros y corderos por estas fechas; solo matamos chanchos y vaquillas para las parrilladas y patascas que cada comparsa ofrece en sus comilonas. A las mujeres ya no las perseguimos ni las azotamos, ni les decimos lisuras al oído, ni las pellizcamos más allá de lo que permite la decencia. Hoy las vestimos, peinamos y maquillamos como si fueran Liz Taylor en el papel de Cleopatra, de pie sobre una carroza triunfal entrando en Roma. Las adornamos con 4.000 plumas de piyo, dejando a miles de ñandúes con el ‘poto pelao’, y las coronamos con diademas de rubíes y diamantes. Es tal la majestuosidad de la reina del Carnaval que poco falta que gritemos: “¡Viva la monarquía!”.
El jolgorio es general y no se queda en las alturas. La fiesta desciende y se pasea por las aceras de las calles. En su puesto callejero, el chef de la ‘nouvelle cuisine cambacolla’ del mercado Abasto de Santa Cruz contempla exultante el paso del corso de Carnaval mientras vende ‘sándwiches de chola’ (cocina mestiza yanquillocalla). Feliz, alabó la hermosura de la divina Davinia y dijo en voz alta: “Bien linda había sabido ser nuestra reinita”. Un camba que pasaba por allí tomando somó, le repuso: “Me alegro que también sea tuya” y se perdió por el segundo anillo, bailando como un loco el último brincao de Aldo Peña, al grito de: “¡Viva el Partido Liberal!
Os espero en el entierro de la sardina. Mientras tanto, portaos bien. // Madrid, 24/02/2012

* Escritor