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viernes, 23 de diciembre de 2011

Pedro Shimose desde Madrid evoca la obra y figura de César Chávez el maestro, escritor, poeta, 12 libros en su haber y notable intelectual cruceño


El pasado martes 13, un grupo de amigos, parientes, residentes benianos, colegas de la Academia Boliviana de la Lengua y del Instituto Normal Simón Bolívar, acompañaron al escritor y pedagogo César Chávez Taborga (Magdalena, 06/01/1924 – La Paz, 12/12/2011) a su última morada en el Cementerio Jardín de La Paz. Al pie del sepulcro y bajo un cielo encapotado, aquellos que siempre le estimaron pronunciaron sentidas oraciones fúnebres: el pintor Gil Imaná, el bibliógrafo José Roberto Arze, el director de la Academia Boliviana de la Lengua, Mario Frías Infante, y el representante del Centro Cultural Moxos en La Paz, Dr. Hans Dellien Salazar, entre otros. A pesar del chilchicito, evocaron la figura quijotesca del maestro Chávez Taborga, su personalidad y su obra escrita: 12 libros publicados y uno aún inédito –Entre pintores y poetas del Grupo Anteo– que debería ser editado antes de que se lo coman los turiros.
Los últimos años de César fueron duros. Ciego y enfermo, la muerte de su esposa uruguaya fue uno de esos “golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!”, como diría Vallejo. A la vejez, César fue perdiendo la vista poco a poco y Aída Martínez Balzarotti, su culta e inteligentísima mujer a quien llamábamos familiarmente ‘Beba’, se convirtió en sus ojos, sus pies, sus manos, su sombra protectora y su paño de lágrimas en las horas amargas del desaliento. César la definió, en sus dedicatorias, como “el amor soñado y la pasión vivida” y la “serena luz en mi camino”. Y esos epítetos son justos, porque Beba fue su inspiración, su acicate, su alegría, su compañera fiel en la dicha y en la adversidad; ella, y nadie más que ella, puso orden y cordura en la vida de César. La última carta que César me envió –que dictó y firmó, apenas, el pasado 28 de noviembre– me hablaba de Beba como una bendición en su vida y me decía que pronto volveríamos a vernos para seguir hablando de poesía. Nunca le abandonó la esperanza.
César Chávez Taborga pertenece a una extraordinaria generación boliviana de maestros y pedagogos: Carlos Salazar Mostajo, Guido Villa-Gómez, Humberto Quezada, Enrique Ipiña, Dora Gómez de Fernández, Jaime Escalante, Iván Guzmán de Rojas, Luis Carranza Siles, Roger Becerra Casanovas, Horacio Rivero Égüez, Adolfo Rodríguez Castedo, Ciro Aparicio y Jorge y Jesús Rioja Aponte, entre otros. Como ensayista, dejó páginas dignas de ser recordadas como Evocación y mensaje y aquellas dedicadas a Tamayo, Felipe S. Guzmán y Villa-Gómez. Escritores de la talla de Augusto Guzmán, Porfirio Díaz Machicao y Carlos Castañón Barrientos alabaron su obra pedagógica y literaria. Perfil de la poesía beniana (1974) y Expresión poética del Beni (2005) son libros señeros en la bibliografía boliviana. Como editor, César fundó y dirigió dos revistas: la revista pedagógica Minkha, en los años 50, y la revista cultural Moxitania, en los 90. Polifacético, también escribió letras de canciones populares que siguen palpitando en el corazón del oriente boliviano como ese taquirari –Payuje de amor– interpretado por Los Taitas.
En cuanto a su prosa ancilar, estrictamente pedagógica, Chávez Taborga supo mantener el rigor metódico del científico, la claridad expositiva del conferenciante, la medida parsimonia del profesor y la excelencia retórica del ensayista. Ha muerto un gran maestro y escritor, pero ante todo, ha muerto un buen amigo. Descanse en paz, quien nunca halló reposo, porque, como dijera el poeta, César “era una llama al viento y el viento la apagó”. // Madrid, 23/12/2011.

* Escritor